martes, 23 de abril de 2019

Tiempo... Hechos 13. 1 - 3



TIEMPO DE REFLEXIÓN

"Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Níger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo. Ministrando éstos al Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron." Hechos 13. 1 – 3



Estos hombres fueron entonces apartados para la obra misionera.
No fue la iglesia en Jerusalén. La iglesia de Jerusalén no era una iglesia misionera. En cambio, la iglesia en Antioquía sí tenía una visión misionera. Ayunaron y oraron, debido a su sinceridad y determinación en cumplir la voluntad de Dios.
También les impusieron las manos a estos dos misioneros que enviaron.
La imposición de manos era un medio de identificación. Así pues, los cristianos en Antioquía indicaban, mediante la imposición de manos, que se identificaban, como compañeros de Pablo y Bernabé, con la gran obra de proclamar la Palabra de Dios. Estaban enviando a estos hombres como sus representantes. Ellos se quedarían en casa y trabajarían mientras Pablo y Bernabé salían en su lugar.
Ahora es muy importante notar que fueron enviados por el Espíritu Santo y guiados por Él. Fueron al pueblo de Seleucia, en la costa, y navegaron desde allí.
Desde el principio, Pablo adoptó un método que siguió durante todo su ministerio. Siempre entró primero en las sinagogas, lugares que le sirvieron como punto de partida, desde el cual predicó el Evangelio a toda la comunidad. Pero siempre predicó el Evangelio primero en la sinagoga.
No podemos evitar un sentimiento de simpatía y comprensión al ver que una misión tan extraordinaria comenzase con tan pocos mensajeros, y con medios tan rudimentarios. Fueron instrumentos humanos débiles y sin recursos importantes, humanamente hablando. Sin embargo, fueron guiados, impulsados y protegidos por el Espíritu de Dios. Y así fue que los mensajeros comenzaron a multiplicarse y pronto harían oír su voz por todo el mundo conocido en aquella época.
Es que aquél no era un mensaje humano. Era Dios quien hablaba a través de ellos, de la misma manera que nos habla hoy. Es el mismo mensaje universal, pero que le llega a cada uno personalizado, porque todos, somos objeto del amor de Dios, expresado en la muerte y resurrección de Jesucristo.
Dios les bendiga abundantemente.

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