LECTURA
DIARIA:
Hechos
capítulo 2
El
Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua, se le llamó también la Fiesta
de las Semanas.
Esta fue una de las tres mayores fiestas del año, una fiesta de
agradecimiento por las cosechas. A Jesús lo crucificaron en la Pascua y
ascendió cuarenta días después de su resurrección. El Espíritu Santo vino
cincuenta días después de la resurrección, diez días después de la ascensión.
Los judíos de diferentes naciones se congregaban en Jerusalén para esta fiesta.
El discurso de Pedro se dio a una audiencia internacional y el resultado fue
una cosecha mundial de nuevos creyentes, los primeros convertidos al
cristianismo.
Este
fue el cumplimiento de las palabras de Juan el Bautista acerca del bautismo del
Espíritu Santo con fuego (Lucas 3.16) y también el cumplimiento de Joe 2.28-29
acerca del derramamiento del Espíritu Santo.
Las
lenguas de fuego simbolizan el mensaje y la comunicación del evangelio. En el
Pentecostés Dios confirmó la validez del ministerio del Espíritu Santo enviando
fuego. En el Sinaí el fuego descendió en un solo lugar; en el Pentecostés el
fuego vino sobre muchos creyentes, simbolizando que la presencia de Dios está
al alcance de todos los que creen en El.
Dios
manifestó su presencia de una forma espectacular: viento recio, fuego y el Espíritu
Santo.
Las personas
hablaron literalmente en otros idiomas, un espectáculo milagroso para los que
se reunieron en el pueblo para la fiesta. Todas las nacionalidades
representadas reconocieron que su idioma se estaba hablado. Pero más que un
milagro que captó la atención de las personas, vieron la presencia y poder del
Espíritu Santo. Los apóstoles continuaron el ministerio en el poder del
Espíritu Santo por donde iban.
Figura
una lista de los lugares de procedencia de los judíos que vinieron a la fiesta
en Jerusalén. Estos judíos no vivían en Palestina porque el cautiverio y la
persecución los dispersaron. Los judíos que respondieron al mensaje de Pedro
regresaron a los lugares donde residían con las buenas nuevas de la salvación
de Dios. Así Dios preparó el camino para esparcir el evangelio.
Pedro
fue un líder inestable durante el ministerio de Jesús, pero Cristo lo perdonó y
restauró después que le negó. Este es un nuevo Pedro, humilde pero audaz. Su
confianza vino del Espíritu Santo, el que hizo de él un predicador enérgico y
dinámico.
Pedro
dice a la gente por qué deben escuchar a los creyentes: porque las profecías
del Antiguo Testamento se cumplirían por completo en Jesús (2.14-21), porque
Jesús es el Mesías (2.25-36) y porque el Cristo resucitado podría cambiar sus
vidas (2.37-40). La respuesta de Pedro a la acusación de que estaban ebrios
(2.13) fue que era demasiado temprano para eso.
En
Pentecostés, el Espíritu Santo se derramó en favor de todo el mundo: hombres,
mujeres, hijos, hijas, judíos y gentiles. Ahora todos pueden recibir el
Espíritu. Este fue un pensamiento revolucionario para los judíos del primer
siglo.
Pedro
empezó con una proclamación pública de la resurrección, en un tiempo en que
esto podía verificarse mediante muchos testigos. Esta fue una declaración
enérgica porque muchas de las personas que escuchaban a Pedro estuvieron en
Jerusalén cincuenta días antes de la Pascua y quizás vieron u oyeron acerca de
la crucifixión de este "gran maestro". La resurrección de Jesús fue
la última señal de que todo lo que dijo acerca de sí mismo era verdad. Pedro
citó el Salmo 16.8-11, un salmo de David. Explicó que el autor no escribía
acerca de él mismo, porque David murió y lo sepultaron. Sin embargo, lo que
escribió fue una profecía que hablaba del Mesías que resucitaría.
La gente
se conmovió profundamente y preguntó: "¿Qué haremos?
Pedro
entonces dice lo que se debe hacer: "Arrepentíos, y bautícese cada
uno". Arrepentimiento significa cambiar la dirección de la vida del
egoísmo y la rebelión que van en contra de las leyes de Dios.
Cerca
de tres mil personas se convirtieron en discípulos cuando Pedro predicó las
buenas nuevas acerca de Cristo. Estos nuevos cristianos se unieron a otros
creyentes, enseñados por los apóstoles e incluidos en las reuniones de oración
y comunión. Al reconocer a los otros creyentes como hermanos en la familia de
Dios, los cristianos en Jerusalén comunicaron lo que tenían de manera que todos
se beneficiaran con las bendiciones de Dios.
Los
judíos creyentes al principio no se separaron del resto de su comunidad.
Seguían asistiendo al templo y a las sinagogas para adorar y recibir
instrucción de la Palabra de Dios. Pero su creencia en Jesús motivó gran
fricción con los judíos que no creían que Jesús era el Mesías. Los judíos
creyentes se vieron obligados a reunirse en hogares privados, para la comunión,
oración y enseñanza acerca de Jesús. A finales del primer siglo, expulsaron a
muchos de esos judíos creyentes de las sinagogas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario