viernes, 12 de abril de 2019

Leyendo... Hechos capítulo 2



LECTURA DIARIA:
Hechos capítulo 2

El Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua, se le llamó también la Fiesta de las Semanas.
Esta fue una de las tres mayores fiestas del año, una fiesta de agradecimiento por las cosechas. A Jesús lo crucificaron en la Pascua y ascendió cuarenta días después de su resurrección. El Espíritu Santo vino cincuenta días después de la resurrección, diez días después de la ascensión. Los judíos de diferentes naciones se congregaban en Jerusalén para esta fiesta. El discurso de Pedro se dio a una audiencia internacional y el resultado fue una cosecha mundial de nuevos creyentes, los primeros convertidos al cristianismo.
Este fue el cumplimiento de las palabras de Juan el Bautista acerca del bautismo del Espíritu Santo con fuego (Lucas 3.16) y también el cumplimiento de Joe 2.28-29 acerca del derramamiento del Espíritu Santo.
Las lenguas de fuego simbolizan el mensaje y la comunicación del evangelio. En el Pentecostés Dios confirmó la validez del ministerio del Espíritu Santo enviando fuego. En el Sinaí el fuego descendió en un solo lugar; en el Pentecostés el fuego vino sobre muchos creyentes, simbolizando que la presencia de Dios está al alcance de todos los que creen en El.
Dios manifestó su presencia de una forma espectacular: viento recio, fuego y el Espíritu Santo.
Las personas hablaron literalmente en otros idiomas, un espectáculo milagroso para los que se reunieron en el pueblo para la fiesta. Todas las nacionalidades representadas reconocieron que su idioma se estaba hablado. Pero más que un milagro que captó la atención de las personas, vieron la presencia y poder del Espíritu Santo. Los apóstoles continuaron el ministerio en el poder del Espíritu Santo por donde iban.
Figura una lista de los lugares de procedencia de los judíos que vinieron a la fiesta en Jerusalén. Estos judíos no vivían en Palestina porque el cautiverio y la persecución los dispersaron. Los judíos que respondieron al mensaje de Pedro regresaron a los lugares donde residían con las buenas nuevas de la salvación de Dios. Así Dios preparó el camino para esparcir el evangelio.
Pedro fue un líder inestable durante el ministerio de Jesús, pero Cristo lo perdonó y restauró después que le negó. Este es un nuevo Pedro, humilde pero audaz. Su confianza vino del Espíritu Santo, el que hizo de él un predicador enérgico y dinámico.
Pedro dice a la gente por qué deben escuchar a los creyentes: porque las profecías del Antiguo Testamento se cumplirían por completo en Jesús (2.14-21), porque Jesús es el Mesías (2.25-36) y porque el Cristo resucitado podría cambiar sus vidas (2.37-40). La respuesta de Pedro a la acusación de que estaban ebrios (2.13) fue que era demasiado temprano para eso.
En Pentecostés, el Espíritu Santo se derramó en favor de todo el mundo: hombres, mujeres, hijos, hijas, judíos y gentiles. Ahora todos pueden recibir el Espíritu. Este fue un pensamiento revolucionario para los judíos del primer siglo.
Pedro empezó con una proclamación pública de la resurrección, en un tiempo en que esto podía verificarse mediante muchos testigos. Esta fue una declaración enérgica porque muchas de las personas que escuchaban a Pedro estuvieron en Jerusalén cincuenta días antes de la Pascua y quizás vieron u oyeron acerca de la crucifixión de este "gran maestro". La resurrección de Jesús fue la última señal de que todo lo que dijo acerca de sí mismo era verdad. Pedro citó el Salmo 16.8-11, un salmo de David. Explicó que el autor no escribía acerca de él mismo, porque David murió y lo sepultaron. Sin embargo, lo que escribió fue una profecía que hablaba del Mesías que resucitaría.
La gente se conmovió profundamente y preguntó: "¿Qué haremos? 
Pedro entonces dice lo que se debe hacer: "Arrepentíos, y bautícese cada uno". Arrepentimiento significa cambiar la dirección de la vida del egoísmo y la rebelión que van en contra de las leyes de Dios.
Cerca de tres mil personas se convirtieron en discípulos cuando Pedro predicó las buenas nuevas acerca de Cristo. Estos nuevos cristianos se unieron a otros creyentes, enseñados por los apóstoles e incluidos en las reuniones de oración y comunión. Al reconocer a los otros creyentes como hermanos en la familia de Dios, los cristianos en Jerusalén comunicaron lo que tenían de manera que todos se beneficiaran con las bendiciones de Dios.
Los judíos creyentes al principio no se separaron del resto de su comunidad. Seguían asistiendo al templo y a las sinagogas para adorar y recibir instrucción de la Palabra de Dios. Pero su creencia en Jesús motivó gran fricción con los judíos que no creían que Jesús era el Mesías. Los judíos creyentes se vieron obligados a reunirse en hogares privados, para la comunión, oración y enseñanza acerca de Jesús. A finales del primer siglo, expulsaron a muchos de esos judíos creyentes de las sinagogas.

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