jueves, 4 de abril de 2019

Leyendo... Juan capítulo 16



LECTURA DIARIA:
Juan capítulo 16

En los últimos momentos con los discípulos, Jesús les advirtió de la persecución que vendría, les dijo dónde, cuándo y por qué se iría, y les aseguró que no los dejaría solos, sino que vendría el Espíritu. Jesús sabía lo que les aguardaba y no quería que la fe de los discípulos se conmoviese ni destruyese.

A pesar de que los discípulos le preguntaron a Jesús acerca de su muerte, nunca cuestionaron su significado. Mayormente se preocupaban por ellos mismos. Si Jesús se iba, ¿qué pasaría con ellos?
Si Jesús no hubiese llevado a cabo la misión que vino a cumplir, no habría existido el evangelio. Si no hubiese muerto, no podría haber limpiado nuestros pecados; no podría haber resucitado ni derrotado a la muerte. Si no hubiese vuelto al Padre, el Espíritu Santo no habría podido venir. La presencia de Cristo sobre la tierra se limitaba a un solo sitio. Irse significaba que podría estar presente en todo el mundo mediante el Espíritu Santo.
Tres tareas importantes del Espíritu Santo son: convencer al mundo de pecado y llamar al arrepentimiento, revelar la norma de justicia de Dios a todo aquel que cree, porque Cristo ya no estaría físicamente presente en la tierra, y  demostrar el juicio de Cristo sobre satanás.
Según lo que dice Jesús, no creer en Él es pecado.
La muerte de Cristo en la cruz puso a nuestra disposición una relación personal con Dios. Cuando confesamos nuestro pecado, Dios nos declara justos y nos libera del castigo de nuestros pecados.
La verdad a la que nos guía el Espíritu Santo es la verdad acerca de Cristo. El Espíritu también nos ayuda mediante paciente práctica a discernir entre el bien y el mal. Jesús dijo que el Espíritu Santo les diría "las cosas que habrán de venir": la naturaleza de su misión, la oposición a la que se enfrentarían y el resultado final de sus esfuerzos. No entendieron por completo estas promesas hasta que el Espíritu Santo vino después de la muerte y resurrección de Jesús. Entonces el Espíritu Santo reveló verdades a los discípulos que ellos escribieron en los libros que ahora forman el Nuevo Testamento.
 Jesús se refería a su muerte, para la cual solo faltaban unas horas, y a su resurrección tres días después. El mundo se regocijaba mientras los discípulos lloraban, pero los discípulos lo volverían a ver (en tres días) y se regocijarían. Los valores del mundo a menudo se oponen a los valores de Dios.
Jesús habla de una nueva relación entre el creyente y Dios. Antes, la gente se acercaba a Dios a través de los sacerdotes. Después de la resurrección de Cristo, cualquier creyente podía acercarse a Dios directamente.
Los discípulos creyeron las palabras de Jesús porque estaban convencidos de que Él lo sabía todo. Pero lo que creían solo era un primer paso hacia la gran fe que recibirían cuando el Espíritu Santo viniese a vivir en ellos.
Los discípulos se dispersaron después del arresto de Jesús. Esa noche, Jesús resumió todo lo que les había dicho. Con estas palabras les dijo a sus discípulos que cobrasen ánimo. A pesar de las luchas inevitables que deberían enfrentar, no estarían solos. Jesús tampoco nos abandona a nuestras luchas. Si recordamos que la victoria final ya se ha logrado, podemos apropiarnos de la paz de Cristo en los tiempos más difíciles.

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