domingo, 7 de abril de 2019

Leyendo... Juan capítulo 19



LECTURA DIARIA:
Juan capítulo 19

El azote pudo haber matado a Jesús. El procedimiento acostumbrado era desnudar la parte superior del cuerpo de la víctima y atar sus manos a un pilar antes de azotarlo con un látigo de tres puntas.
La cantidad de latigazos se determinaba por la severidad del delito; bajo la Ley se permitían hasta cuarenta (Deuteronomio 25.3).
Los soldados fueron más allá de la orden de azotar a Jesús; también se burlaron de su pretensión de realeza colocando una corona sobre su cabeza y un manto real sobre sus hombros.
Los líderes religiosos no llevaron a Jesús ante Pilato por causar una rebelión contra Roma, sino porque pensaban que había quebrantado sus leyes religiosas. La blasfemia, uno de los delitos más serios en la Ley judía, merecía la pena de muerte. Acusar a Jesús de blasfemia daría credibilidad a su caso ante los ojos de los judíos; acusar a Jesús de traición daría credibilidad a su caso ante los ojos de los romanos.
A pesar de la presión y la persecución, Jesús permaneció impasible. En realidad eran Pilato y los líderes religiosos los que se estaban juzgando, no Jesús. Los líderes judíos buscaban con desesperación librarse de Jesús al punto que, a pesar de su intenso odio por Roma, gritaban: "No tenemos más rey que César".
El lugar llamado de la "Calavera" o Gólgota era una colina que se hallaba en las afueras de Jerusalén, junto a una vía principal muy transitada. Muchas ejecuciones se realizaban allí de modo que todos lo vieran y sirviera como escarmiento a la gente. La crucifixión era una forma romana de castigar. La crucifixión era una muerte terriblemente lenta y dolorosa. Pero Jesús, que invierte la sabiduría del mundo, iniciaba así su reino. Su muerte y resurrección darían un golpe mortal al gobierno de satanás y establecería su autoridad eterna sobre la tierra.
Los soldados romanos encargados de la crucifixión acostumbraban apropiarse de las vestimentas de los condenados. Se repartieron sus vestidos, pero les costó mucho determinar quién se llevaba su túnica, pieza valiosa de su vestimenta.
Aun mientras agonizaba en la cruz, Jesús seguía ocupándose de su familia. Pidió a Juan que se hiciera cargo de María, su madre.
Hasta ese momento, un sistema complicado de sacrificios se ofrecía por los pecados. El pecado separa al hombre de Dios y solo mediante el sacrificio de un animal, un sustituto, la gente podía recibir perdón de su pecado y llegar a obtener limpieza delante de Dios. Pero la gente peca continuamente, de modo que eran necesarios sacrificios frecuentes. Jesús, sin embargo, fue el sacrificio final por el pecado.
La palabra consumado es la misma que se traduce "cancelado". Jesús vino a consumar la salvación de Dios, a pagar la deuda total de nuestros pecados. Con su muerte, el complejo sistema sacrificial terminaba porque Jesús cargó con todos nuestros pecados. Ahora podemos acercarnos con libertad a Dios
por lo que hizo a nuestro favor.
Jesús estaba muerto cuando se acercaron los soldados romanos para comprobarlo, por eso decidieron no quebrarle las piernas como lo hacían con otras víctimas. Cuando atravesaron su costado y vieron la separación de la sangre y el agua ratificaron que había fallecido.
José de Arimatea y Nicodemo eran seguidores de Jesús a escondidas. Temían darse a conocer por la posición que ocupaban en la comunidad judía. José era un líder y miembro de honor del Sanedrín. Sin embargo, arriesgaron su reputación para dar sepultura a Jesús.
La tumba donde lo colocaron quizás era una cueva que se hallaba en una colina rocosa. Era tan espaciosa que un hombre podía caminar dentro, de manera que José y Nicodemo pusieron el cuerpo de Jesús dentro. Una piedra de gran tamaño se colocó en la entrada. Al sepultar a Jesús, Nicodemo y José debieron apurarse para no trabajar en el día de reposo, que empezaba el viernes al atardecer, con la puesta del sol.

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