LECTURA
DIARIA:
Hechos
capítulo 16
Timoteo
es el primero de la segunda generación mencionado en el Nuevo Testamento. Su
mamá Eunice y su abuela Loida se convirtieron en creyentes y fielmente
influyeron en él.
A pesar de que el padre de Timoteo al parecer no era
cristiano, la fe de su madre y de su abuela prevalecieron.
Timoteo
y su madre Eunice eran de Listra. Tal vez Eunice oyó predicar a Pablo cuando
estuvo allí durante su primer viaje misionero. Timoteo fue el hijo de una madre
judía y padre griego; para los judíos un mestizo como un samaritano. De ahí que
Pablo le pide a Timoteo que se circuncidara para borrar algo del estigma que
pudiera tener entre los creyentes judíos. A Timoteo no lo obligaron a
circuncidarse (el concilio de Jerusalén lo decidió; capítulo 15) pero él
voluntariamente lo hizo para pasar por encima de cualquier barrera que
impidiera su testimonio por Cristo.
El
Espíritu Santo cerró la puerta dos veces a Pablo, de manera que él se
preguntaba qué dirección geográfica debía tomar para anunciar el evangelio.
Luego, en una visión, a Pablo se le da una dirección definitiva, y él y sus
acompañantes obedientemente viajaron a Macedonia.
El
uso del pronombre indica que Lucas, escritor del evangelio de Lucas y de este
libro, unió a Pablo, Silas y Timoteo en su viaje. Fue un testigo ocular de la
mayoría de los incidentes narrados en este libro.
Filipos
era una ciudad clave en la región de Macedonia (hoy, norte de Grecia). Pablo
fundó la iglesia durante su visita. Más tarde escribe una carta a la iglesia,
el libro de Filipenses, quizás desde una prisión en Roma (61 d.C.). La carta
fue personal y cariñosa, mostrando su profundo amor y amistad por los creyentes
de allí. En su carta les agradeció el regalo que le enviaron, anunciándoles una
próxima visita de Timoteo y Epafrodito, instándoles a superar cualquier
desunión y animando a los creyentes a no ceder en medio de la persecución.
Después
de seguir la dirección del Espíritu Santo hacia Macedonia, Pablo tuvo su primer
acercamiento con un pequeño grupo de mujeres. Pablo nunca permitió que ataduras
de género ni cultura le impidieran predicar el evangelio. Predicó a esas
mujeres; y una comerciante influyente llamada Lidia, creyó. Esto abrió las
puertas para el ministerio en esa región. En la iglesia primitiva Dios a menudo
obró en las mujeres y a través de ellas.
Lidia
era vendedora de púrpura, de manera que quizás tenía recursos económicos. La
vestimenta de púrpura era valiosa y costosa, que se usaba casi siempre como
muestra de nobleza o realeza.
Lucas
destaca las historias de tres individuos que se convirtieron a través del
ministerio de Pablo en Filipos. Lidia, la comerciante influyente (16.14), la
muchacha esclavizada por posesión demoníaca (16.16-18), el carcelero
(16.27-30).
La
adivinación era una práctica común en Grecia y en la cultura romana. Había
muchos métodos supersticiosos por los cuales muchas personas pensaban que
podían anticipar hechos futuros, interpretando pronósticos al grado de
establecer comunicación con los espíritus de la muerte. La joven poseída tuvo
un espíritu demoníaco que la enriqueció, dándole la facultad de interpretar
señales y decir a la gente su suerte. Su jefe explotó su condición
desafortunada para beneficio personal. Lo que dijo la joven poseída era cierto,
a pesar de que la fuente de su sabiduría era un demonio. Si Pablo hubiera
aceptado las palabras del demonio, hubiera dado a entender que el evangelio y
sus actividades estaban ligadas al demonio. Esto hubiera dañado su mensaje
acerca de Cristo. La verdad y el demonio no se mezclan.
A
Pablo y Silas los encarcelaron. Ultrajados
por esta triste situación, alabaron a Dios, orando y cantando, de manera que
los otros prisioneros los oyeron. Pablo, que no cometió crimen alguno y que era
un hombre pacífico, le colocaron en cepos designados para los prisioneros más
peligrosos y que requerían seguridad absoluta. En medio de la noche vino un
gran terremoto sobre el lugar y el poder de Dios abrió las puertas de la
cárcel.
Al
ver esto el carcelero desenvainó su espada para matarse porque los carceleros
tenían la responsabilidad de sus prisioneros y debían dar cuenta si llegaban a
escapar. La reputación de Pablo y Silas en Filipos era bien conocida. Cuando el
carcelero descubrió su verdadera condición y necesidad, lo arriesgó todo para
encontrar la respuesta. El ofrecimiento de salvación fue para el carcelero y su
familia, incluyendo a los sirvientes. La fe del carcelero no salvó a todos;
cada uno necesitó aceptar a Jesús en fe y creer en El de la misma manera que el
carcelero lo hizo. Sin embargo, toda su familia creyó y recibió la salvación.
Pablo
rehusó liberarse y escapar, a fin de enseñar a los magistrados en Filipos una
lección y proteger a los otros creyentes de los tratos que Silas y él
recibieron. Se divulgaría la noticia de la inocencia comprobada de Pablo y
Silas, de que los líderes los liberaron y que los creyentes no sufrirían
persecución, sobre todo si eran ciudadanos romanos. La ciudadanía romana
ofrecía ciertos privilegios. Estas autoridades de Filipos temían porque era
ilegal azotar a un ciudadano romano. Además, un ciudadano romano tenía derecho
a un juicio justo, el cual no se otorgó a Pablo.
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