viernes, 26 de abril de 2019

Leyendo... Hechos capítulo 16



LECTURA DIARIA:
Hechos capítulo 16

Timoteo es el primero de la segunda generación mencionado en el Nuevo Testamento. Su mamá Eunice y su abuela Loida se convirtieron en creyentes y fielmente influyeron en él.
A pesar de que el padre de Timoteo al parecer no era cristiano, la fe de su madre y de su abuela prevalecieron.
Timoteo y su madre Eunice eran de Listra. Tal vez Eunice oyó predicar a Pablo cuando estuvo allí durante su primer viaje misionero. Timoteo fue el hijo de una madre judía y padre griego; para los judíos un mestizo como un samaritano. De ahí que Pablo le pide a Timoteo que se circuncidara para borrar algo del estigma que pudiera tener entre los creyentes judíos. A Timoteo no lo obligaron a circuncidarse (el concilio de Jerusalén lo decidió; capítulo 15) pero él voluntariamente lo hizo para pasar por encima de cualquier barrera que impidiera su testimonio por Cristo.
El Espíritu Santo cerró la puerta dos veces a Pablo, de manera que él se preguntaba qué dirección geográfica debía tomar para anunciar el evangelio. Luego, en una visión, a Pablo se le da una dirección definitiva, y él y sus acompañantes obedientemente viajaron a Macedonia.
El uso del pronombre indica que Lucas, escritor del evangelio de Lucas y de este libro, unió a Pablo, Silas y Timoteo en su viaje. Fue un testigo ocular de la mayoría de los incidentes narrados en este libro.
Filipos era una ciudad clave en la región de Macedonia (hoy, norte de Grecia). Pablo fundó la iglesia durante su visita. Más tarde escribe una carta a la iglesia, el libro de Filipenses, quizás desde una prisión en Roma (61 d.C.). La carta fue personal y cariñosa, mostrando su profundo amor y amistad por los creyentes de allí. En su carta les agradeció el regalo que le enviaron, anunciándoles una próxima visita de Timoteo y Epafrodito, instándoles a superar cualquier desunión y animando a los creyentes a no ceder en medio de la persecución.
Después de seguir la dirección del Espíritu Santo hacia Macedonia, Pablo tuvo su primer acercamiento con un pequeño grupo de mujeres. Pablo nunca permitió que ataduras de género ni cultura le impidieran predicar el evangelio. Predicó a esas mujeres; y una comerciante influyente llamada Lidia, creyó. Esto abrió las puertas para el ministerio en esa región. En la iglesia primitiva Dios a menudo obró en las mujeres y a través de ellas.
Lidia era vendedora de púrpura, de manera que quizás tenía recursos económicos. La vestimenta de púrpura era valiosa y costosa, que se usaba casi siempre como muestra de nobleza o realeza.
Lucas destaca las historias de tres individuos que se convirtieron a través del ministerio de Pablo en Filipos. Lidia, la comerciante influyente (16.14), la muchacha esclavizada por posesión demoníaca (16.16-18), el carcelero (16.27-30).
La adivinación era una práctica común en Grecia y en la cultura romana. Había muchos métodos supersticiosos por los cuales muchas personas pensaban que podían anticipar hechos futuros, interpretando pronósticos al grado de establecer comunicación con los espíritus de la muerte. La joven poseída tuvo un espíritu demoníaco que la enriqueció, dándole la facultad de interpretar señales y decir a la gente su suerte. Su jefe explotó su condición desafortunada para beneficio personal. Lo que dijo la joven poseída era cierto, a pesar de que la fuente de su sabiduría era un demonio. Si Pablo hubiera aceptado las palabras del demonio, hubiera dado a entender que el evangelio y sus actividades estaban ligadas al demonio. Esto hubiera dañado su mensaje acerca de Cristo. La verdad y el demonio no se mezclan.
A Pablo y Silas los encarcelaron.  Ultrajados por esta triste situación, alabaron a Dios, orando y cantando, de manera que los otros prisioneros los oyeron. Pablo, que no cometió crimen alguno y que era un hombre pacífico, le colocaron en cepos designados para los prisioneros más peligrosos y que requerían seguridad absoluta. En medio de la noche vino un gran terremoto sobre el lugar y el poder de Dios abrió las puertas de la cárcel.
Al ver esto el carcelero desenvainó su espada para matarse porque los carceleros tenían la responsabilidad de sus prisioneros y debían dar cuenta si llegaban a escapar. La reputación de Pablo y Silas en Filipos era bien conocida. Cuando el carcelero descubrió su verdadera condición y necesidad, lo arriesgó todo para encontrar la respuesta. El ofrecimiento de salvación fue para el carcelero y su familia, incluyendo a los sirvientes. La fe del carcelero no salvó a todos; cada uno necesitó aceptar a Jesús en fe y creer en El de la misma manera que el carcelero lo hizo. Sin embargo, toda su familia creyó y recibió la salvación.
Pablo rehusó liberarse y escapar, a fin de enseñar a los magistrados en Filipos una lección y proteger a los otros creyentes de los tratos que Silas y él recibieron. Se divulgaría la noticia de la inocencia comprobada de Pablo y Silas, de que los líderes los liberaron y que los creyentes no sufrirían persecución, sobre todo si eran ciudadanos romanos. La ciudadanía romana ofrecía ciertos privilegios. Estas autoridades de Filipos temían porque era ilegal azotar a un ciudadano romano. Además, un ciudadano romano tenía derecho a un juicio justo, el cual no se otorgó a Pablo.

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