lunes, 16 de octubre de 2017

Leyendo... Salmo 25


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LECTURA DIARIA:
Salmo 25

Setenta y dos salmos hablan de enemigos. Los enemigos son los que no sólo se oponen a nosotros, sino que además se oponen al estilo de vida que Dios quiere ver en nosotros. Las tentaciones son enemigas: dinero, éxito, prestigio, el sexo opuesto. Y nuestro mayor enemigo es satanás. 
David pide a Dios que impida que sus enemigos lo venzan porque se oponen a todo lo que Dios es. Si sus enemigos triunfaban, David temía que muchos pensaran que era en vano vivir para Dios. David no cuestiona su propia fe, sabía que Dios triunfaría. Pero no quería que el triunfo de sus enemigos fuera un obstáculo para la fe de otros. David expresó su deseo de que Dios lo guiara. Cuando pedimos, muchas veces podemos vernos tentados a demandar respuestas de Dios, sin embargo David pidió dirección. Cuando tenemos deseo de buscar a Dios, aprender de su Palabra y obedecer sus mandatos, recibiremos su guía precisa. 
Temer a Dios es reconocerlo por lo que es: santo, todopoderoso, recto, puro, omnisciente, sabio. Al mirar a Dios a la luz de esto, nos vemos como somos: pecadores, débiles, frágiles y necesitados. 
Cuando reconocemos quién es Dios y quiénes somos nosotros, caemos humillados a sus pies. Solo entonces nos muestra cómo elegir su camino. 
Dios ofrece una amistad íntima y duradera a aquellos que lo reverencien, y lo tengan en el más alto honor. 
Dios es el único que puede revertir cualquier problema. El puede tomar nuestros problemas y convertirlos en victorias gloriosas. Hay un sólo requisito necesario, nosotros, al igual que el salmista, debemos clamar: "Mírame y ten misericordia de mí". Cuando estamos dispuestos a hacerlo, lo peor puede convertirse en algo maravilloso. Pero el siguiente paso es suyo. Dios ya ha hecho su ofrecimiento. 
Dos fuerzas poderosas necesitamos a lo largo de la vida, estas son la integridad y la rectitud. El salmista pide que estas fuerzas lo protejan en cada paso. La rectitud nos lleva a aprender lo que Dios requiere y esforzarnos por cumplirlo. La integridad (ser lo que decimos ser) nos impide declarar que somos rectos mientras vivimos como si no conociéramos a Dios. La rectitud dice: "Este es el camino del pastor". La integridad dice: "Caminaré constantemente en él".

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