domingo, 4 de junio de 2017

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LECTURA DIARIA:
2 de Crónicas capítulo 7

Cuando Salomón terminó de orar Dios respondió dramáticamente. Primero, envió fuego del cielo, consumiendo los sacrificios ofrecidos. Segundo, Dios mismo llenó el templo con su gloriosa presencia.
Dios envió fuego del cielo para que consumiera la ofrenda y para comenzar el fuego que debía permanecer encendido bajo el altar del holocausto. Este fuego continuo simbolizaba la presencia de Dios. 
El pueblo y los sacerdotes estaban de pie en sus puestos de servicio es una afirmación categórica de cuán importante era la ocasión para los que ministraban en el nombre de Dios. Los músicos levitas reafirmaban su confianza en el Dios de toda misericordia mientras todo el pueblo de pie se mantuvo extático adorando al Señor. Según el versículo 7, los holocaustos y los sebos de los sacrificios de paz eran ofrecidos como una anticipación a los sacrificios por el pecado.
Salomón había postergado la dedicación del templo por algún tiempo, con el fin de relacionarlo con la celebración de la siega y de los primeros frutos, cuando con motivo de la fiesta del tabernáculo todo Israel estaría peregrinando en Jerusalén. En el octavo día tuvo lugar la asamblea festiva. Este octavo día debe entenderse como el octavo día de la segunda semana, al término del cual los israelitas fueron enviados alegres a sus hogares y con el corazón gozoso por la bondad que Jehová había hecho a David, a Salomón y a su pueblo Israel.
En el capítulo 6, Salomón pidió a Dios que tomara provisiones para el pueblo cuando este pecara. Dios contestó con cuatro condiciones para el perdón:
Humillarse y admitir los pecados, orar a Dios pidiendo perdón, buscar a Dios continuamente y volverse de los malos hábitos.
La respuesta de Dios se hizo patente mediante cuatro promesas. En primer lugar, Dios prometió perdonar a su pueblo y sanar su tierra si Israel se arrepentía de sus malos caminos. Solamente así contestaría Dios desde los cielos.
Si se humilla mi pueblo indica también que Israel había sido llamado a formar parte de un pacto con Dios, basado en la confianza y la obediencia, el cual los hacía su especial tesoro, pueblo misionero y santo. Dios se había comprometido formalmente con su pueblo, confiándole su nombre; así, pues, si Israel no lo honraba, Dios lo reprendería. El castigo incluiría invasión por fuerzas extranjeras, expulsión de la tierra y exilio en tierras extrañas. No obstante, Dios todavía lo amaría.
Dios prometió consolidar para siempre el trono de David si Salomón se disponía a caminar en rectitud delante de Jehová. Hay una diferencia entre el trono de Salomón y la simiente de Salomón. Según la promesa hecha a David, la dinastía davídica siempre tendría sucesor, ya que era eterna. El Mesías nacería en el marco de esta promesa. No obstante la simiente de Salomón, la línea entre David y Salomón, estaba condicionada a la obediencia de Salomón.

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