jueves, 22 de agosto de 2019

Tiempo... Hebreos 5. 12 - 14



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Al cabo de tanto tiempo, ustedes ya deberían ser maestros; en cambio, necesitan que se les expliquen de nuevo las cosas más sencillas de las enseñanzas de Dios.
Han vuelto a ser tan débiles que, en vez de comida sólida, tienen que tomar leche. Y los que se alimentan de leche son como niños de pecho, incapaces de juzgar rectamente. La comida sólida es para los adultos, para los que ya saben juzgar, porque están acostumbrados a distinguir entre lo bueno y lo malo”.  Hebreos 5. 12 – 14

Es necesario que todo creyente busque conocer los fundamentos de su fe, no para que sea un maestro, sino para que su fe se sostenga y mantenga por el alimento que esta representa para su espíritu y alma, pero no pueden pretender quedarse solo en los fundamentos, sino que se debe ahondar en el conocimiento de la verdad para alimentarse con el alimento sólido que es la puesta en práctica de la verdad.
El crecimiento espiritual en la Escritura se menciona similar al crecimiento natural del hombre, y de igual manera a como un ser humano se alimenta, el ser del hombre también necesita de un alimento, que inicia como la leche materna en un comienzo, una leche que representa a los fundamentos en los que se sostiene nuestra fe, es nutritiva y deliciosa para esa edad, pero cuando se crece el niño, ya no continua tomándola porque sus nutrientes ya no son suficientes para su actividad, y ya no sabe igual. Se necesita de un alimento más sólido con nutrientes mejores o más efectivos para que el creyente pueda poner en práctica lo que entiende y es referente a su fe.
Cuando hemos conocido los fundamentos de nuestra fe, no podemos quedarnos inermes en nuestro desarrollo, sino que al igual como un niño crece y se convierte en un adulto, el creyente debe dejar la inmadurez y conducirse hacia el perfeccionamiento por medio del alimento básico de la palabra y la práctica continua de las disciplinas espirituales que nos afirman en la verdad, como son la oración, el ayuno y el dar.
El signo primordial del creyente maduro o perfecto es el discernimiento del bien y el mal, o de lo mejor o lo que no lo es.
Dios les bendiga abundantemente.

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