lunes, 26 de agosto de 2019

Leyendo... Hebreos capítulo 9



LECTURA DIARIA:
Hebreos capítulo 9

El capítulo nueve comienza con la descripción de lo que era el santuario del antiguo pacto. Este santuario fue ordenado por Dios a Moisés, era un santuario terrenal sombra de lo espiritual que había de ser.

El tabernáculo propiamente dicho tenía una estructura que medía 13 metros y medio de largo y 4 metros y medio de ancho y 4 metros y medio de alto. Estaba divido en dos compartimentos. El primer compartimento era llamado el Lugar Santo. En él se encontraban tres elementos de mobiliario: el candelero de oro, la mesa de los panes de la proposición o de la presencia y el altar de oro donde se ofrecía el incienso, que nos habla de la oración. Allí no se realizaban sacrificios.
El Lugar Santísimo, que estaba separado del Lugar Santo por una cortina, y al cual sólo entraba el Sumo Sacerdote, tenía dos elementos del mobiliario. El incensario de oro y el arca del pacto, que era una caja o cofre fabricado en madera de acacia y recubierto de oro por dentro y por fuera.
El arca del pacto; contenía en su interior, el maná, que habla del alimento que Dios proveyó a su pueblo, que nos habla de Cristo como nuestro sustento, el mismo se presentó “Yo soy el pan de vida”, el sacia nuestra hambre espiritual.
En el arca se encontraba también la vara de Aarón que reverdeció. Esto nos habla de la muerte y resurrección de Cristo, porque era una vara muerta y la vida entró en ella.
Finalmente, en el arca estaban las tablas del pacto. Esto nos habla del hecho que Jesucristo cumplió toda la ley.
En la parte superior, sobre el arca, había una tapa o lámina de oro ricamente adornada llamada propiciatorio. En ella había dos querubines, hechos de oro puro. Allí era donde se colocaba la sangre, y ese hecho era lo que lo convertía en un propiciatorio, donde DIOS se mostraba propicio al pecador. Porque "sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados."
El velo o cortina situada entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo, estaba elaborada en lino fino con querubines artísticamente bordados y nos señaló a la humanidad del Señor Jesús. Cuando Él murió en la cruz, entregó Su vida, Su vida humana, y en aquel momento el velo o cortina se rasgó en dos partes. De esa manera, esa cortina rasgada ha sido removida, significando que el camino hacia Dios estaba ampliamente abierto, porque Cristo había abierto un camino.
Él mismo dijo en Juan 14. 6, "nadie viene al Padre sino por mí". Así que, al estar la cortina dividida en dos partes y abierta, podemos hoy acercarnos precisamente a la misma presencia de Dios.
El sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo, un día cada año para ofrecer sacrificios por los pecados de la nación. El lugar Santísimo era el sitio más sagrado sobre la tierra para los judíos. Sólo el sumo sacerdote podía entrar; a los demás sacerdotes y a la gente común se les prohibía entrar en esa habitación. Su único acceso a Dios era por medio del sumo sacerdote, quien ofrecía sacrificio y usaba la sangre, primero para sí mismo y luego para los pecados de los demás.
Pero eso era insuficiente, las normas y ceremonias nunca han podido limpiar el corazón de ninguna persona. Mediante la sangre de Cristo, se limpia la conciencia, se nos libra del pecado y de la muerte. Ninguno de nosotros puede llegar a ser lo bastante bueno delante de Dios, solo Cristo puede limpiarnos y hacernos libres delante de Dios.
Cristo entró una vez en el Lugar Santísimo y obtuvo una redención eterna. Los sacerdotes israelitas entraban continuamente, y sólo conseguían algo temporal. Esto coloca la autoridad e importancia sobre el sacrificio de Cristo, fue su muerte, su redención lo que nos salva,
Si la sangre de los animales pudo remover la impureza ceremonial, con toda seguridad, la sangre de Cristo sí puede remover la culpa del pecado.
Es que la sangre de Cristo purifica no el cuerpo sino la conciencia de la persona, que es la que necesita ser purificada.
En el antiguo pacto, la sangre de los toros y machos cabríos nunca pudo remover sus pecados. Ellos presentaron sus sacrificios por fe, y cuando CRISTO vino, murió para redimir "los pecados pasados”.
La sangre en el antiguo pacto era importante para presentar los sacrificios, "sin derramamiento de sangre no hay remisión". (Levíticos 17.11)

La sangre sacrificada era un símbolo de dar la vida en el Antiguo Pacto, pero en el Nuevo Pacto es una realidad. Dios ha sacrificado a su propio Hijo “El cordero que quita los pecados del mundo” (Juan 1.29)
El autor de la carta a los hebreos denomina “figura de las cosas celestiales” al lugar de culto y adoración del pueblo de Israel; es decir, el Tabernáculo. Este lugar de adoración lo construyó Moisés según la figura que DIOS le mostró. El Tabernáculo era una copia, una muestra, pero no era el original. Por eso esa “figura de las cosas celestiales” tuvo que ser purificada por medio de la sangre de animales. Pero las cosas celestiales necesitaban un mejor sacrificio que eso. El mejor sacrificio fue el de Cristo en la cruz, quien con su propia sangre entró “en el cielo mismo para presentarse ahora mismo por nosotros ante Dios”, para quitar el pecado.
Cristo nuestro Sumo Sacerdote entró al cielo de una sola vez por todas y obtuvo la eterna redención, para todos aquellos que han creído en ÉL.
No existe una segunda oportunidad después de la muerte, solamente queda pendiente el juicio ante el tribunal de DIOS.
Cristo la primera vez vino para librarnos del pecado y abrirnos el camino al Lugar Santísimo, pero la segunda vez vendrá para salvarnos a todos los que esperamos su venida. (1 Tesalonicenses 4.16-17)

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