jueves, 19 de septiembre de 2019

Leyendo... 1 Juan capítulo 3



LECTURA DIARIA:
1 Juan capítulo 3

Juan nos pide que nos fijemos e el gran amor que ha entregado el Padre al llamarnos hijos aceptos delante de su presencia. El mundo no puede reconocernos porque no pertenecemos a él, pero todo el que procede del Padre puede reconocer en nosotros la obra de su amor.

Somos hijos, ahora sentimos la pertenencia a Dios, aunque somos hijos aún falta por ser manifestado aquello que hemos de ser, semejantes a Cristo, se nos ha concedido un gran privilegio, que se hará evidente en el momento en que Cristo vuelva a manifestarse.
El pecado puede ser concebido desde la mente del hombre, pero al ser puesto por obra es que se quebranta la ley, pues el significado del pecado es la trasgresión o falta a la ley.
Juan nos permite reconocer y entender que Jesucristo tenía un propósito claro al manifestarse a la humanidad, no vino por casualidad, sino porque tenía que ser así, porque de ninguna otra manera el hombre hubiese podido recibir el perdón por sus pecados.
¿Cómo podemos evitar el pecado?, permaneciendo en él, y ¿Cómo permanecemos en él? Teniendo comunión a través de la oración, la meditación de las escrituras y la comunión con los hermanos. Quien se ha encontrado con el Señor ahora es consciente del pecado y lo evita con todas las fuerzas de su corazón.
El engaño proviene de una mente que habla pero que no obra conforme a la verdad, el engaño solo puede mantenerse en palabras, no en acciones. Por eso la práctica de la justicia en nuestro diario vivir es lo que nos permite el privilegio de ser justos por hacer de su justicia la nuestra.
Aquel que tiene como algo frecuente e inconsciente la práctica del pecado entonces pertenece a la misma naturaleza maligna del adversario, porque el pecado también ha sido su estado natural.
Para quienes nacemos en Dios la práctica del pecado como una costumbre ya no es posible porque la semilla dela naturaleza divina en nosotros nos conduce a permanecer en la presencia del Señor, abandonando todo aquello que nos conduce a pecar.
Existen dos cosas que distinguen a los hijos de Dios de aquellos que no lo son, primero la práctica de la verdad y la justicia se convierte en algo parte de su diario vivir, así como el amor para con su prójimo.
Este es el resumen de la ley, que nos amemos los unos a los otros, pero este amor no puede ser demostrado en palabra, sino con acciones. Quien ama a su hermano ha cumplido la ley, pero si no cumple con ella entonces no pertenece al Padre.
El odio surge de la incomprensión y la inconsciencia, y el mundo está lleno de ella, por lo tanto no podemos esperar algo diferente, más cuando somos una luz que fastidia a las tinieblas.
El que no ama no tiene a Dios, no tiene su vida, y permanece en estado de muerte espiritual, porque aunque no muere físicamente, su espíritu se encuentra muerto a lo espiritual.
El amor no son palabras, no son expresiones de cariño, el amor no puede ser definido en palabras, por eso la Escritura pasa a demostrarlo a través de la acción. Jesús entrego su vida en un acto de amor, para que nosotros comprendiéramos que la vida no tiene sentido sin amor, y que nuestra vida no importa si dejamos de lado el amor por los hermanos y el prójimo.
El amor no está en las palabras, no habita en lo externo, pertenece al ámbito de lo interior y como tal solo puede ser demostrado con acciones que revelen su naturaleza, como cuando hablamos con la verdad y cuando nos entregamos en servicio a los demás.
Cuando ese proceso se ha llevado a cabo en lo más íntimo de nuestro ser, nuestro corazón deja de condenarnos, cuando habla del corazón se refiere a nuestra conciencia, para que ahora surja esa confianza que nos permite pedir al Padre por nuestras necesidades conforme obedecemos en nuestro interior a su llamado y amor.
Ahora se nos ha dado el privilegio de confiar para creer en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, de modo que por medio de su obra redentora podamos mostrar el amor de Dios entre todos a los que creen y a los que no.
Aquel que obedece al llamado de Dios en su corazón permanece en Dios y Dios en él, en un estado de unidad perfecta. Así podemos saber que su Espíritu esta en nosotros y nosotros permanecemos en él. El mandamiento de Dios no solo surge de las escrituras, nuestro interior nos constriñe a seguir la luz y todo lo que ella representa, cuando lo hacemos entonces obedecemos su mandamiento.

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