jueves, 14 de marzo de 2019

Tiempo... Lucas 20. 27 - 40



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Llegando entonces algunos de los saduceos, los cuales niegan haber resurrección, le preguntaron, diciendo: Maestro, Moisés nos escribió: Si el hermano de alguno muriere teniendo mujer, y no dejare hijos, que su hermano se case con ella, y levante descendencia a su hermano.
Hubo, pues, siete hermanos; y el primero tomó esposa, y murió sin hijos. Y la tomó el segundo, el cual también murió sin hijos. La tomó el tercero, y así todos los siete, y murieron sin dejar descendencia. Finalmente murió también la mujer. En la resurrección, pues, ¿de cuál de ellos será mujer, ya que los siete la tuvieron por mujer? Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Los hijos de este siglo se casan, y se dan en casamiento; más los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Pero en cuanto a que los muertos han de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven. Respondiéndole algunos de los escribas, dijeron: Maestro, bien has dicho. Y no osaron preguntarle nada más”.  Lucas 20. 27 - 40

Los saduceos no creían en la resurrección después de la muerte y afirmaban que la Ley de Moisés era la única fuente de autoridad.
Ellos, que eran más estrictos que los fariseos, se sintieron profundamente ofendidos por la interpretación que daba Jesús a las Escrituras y por la aceptación que el Señor extendía a todo tipo de personas.
Cuando Jesús comenzó a enseñar en el atrio del templo, los saduceos enviaron a unos de su grupo a tratar de ponerle una trampa para desacreditarlo y contradecir su mensaje. La historia hipotética de la mujer casada varias veces, pero que había muerto sin dejar hijos, era el anzuelo con que pretendían sorprender al Señor. ¿Existía la resurrección de los muertos? Si la respuesta era afirmativa, ¿cómo, entonces, podía resolverse tan enigmática situación, según la ley de Moisés?
Jesús, dándose cuenta de la intención engañosa de la pregunta, les respondió con los propios conceptos de ellos, pero tratando de elevarles la mente al ámbito celestial. Primero, presentó un resumen de sus enseñanzas, siguiendo la tradición de los rabinos, y para fundamentar su tesis, citó la misma ley (Éxodo 3. 6), única autoridad aceptada por los saduceos.
Pero, aunque su respuesta se ajustaba a la tradición que ellos aceptaban, el contenido era radicalmente diferente, porque los justos no sólo resucitan a la vida, sino que llegan a ser “hijos de Dios, pues él los habrá resucitado”.
El Padre no sólo da vida en la tierra, sino que sustenta e incluso transforma la vida más allá del sepulcro. Ahora que la muerte ha sido derrotada, los hijos de la resurrección no “podrán ya morir”; para él “todos viven” en una existencia totalmente nueva que trasciende la vida que conocemos en la tierra.
En efecto, todos los hijos de la resurrección podemos experimentar la misma vida de Jesús: libres de la muerte y vivos para Dios (Romanos 6. 5-11)
Así podemos vernos libres del pecado y de la muerte, y saborear los primeros frutos de la vida celestial que nos espera.
Dios les bendiga abundantemente.

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