martes, 12 de marzo de 2019

Leyendo... Lucas capítulo 18



LECTURA DIARIA:
Lucas capítulo 18

La parábola que narra Jesús en este capítulo es una historia que se basa en contrastes más que en comparaciones.
La disposición de Dios para impartir justicia contrasta con su renuencia al juicio que sólo la dispensa por desesperación ante la insistencia de la viuda. Lo que se resalta aquí es el deseo y disposición de Dios. De ahí que podamos esperar que el Juez Justo, el Padre, nos traiga el remedio para el mal cuando oramos. 
Si los jueces malos ceden ante las presiones constantes, cuánto más un Dios grande y amoroso nos responderá.
A menudo, las personas que vivían cerca de Jerusalén iban al templo a orar. El templo era el centro de adoración. El fariseo no fue al templo a orar a Dios, sino para anunciar a todo aquel que podía oírle cuán bueno era. El publicano reconoció su pecado y pidió misericordia.
Las madres acostumbraban llevar sus hijos al rabino para que les bendijeran y por eso estas madres se reunieron alrededor de Jesús. Los discípulos, sin embargo, pensaron que los niños no eran importantes para ocupar el tiempo del Maestro, eran lo menos importantes de todo lo que El hacía en esos momentos. Pero Jesús los recibió porque los niños tienen la clase de fe y confianza necesarias para entrar en el Reino de Dios.
El hombre principal que se acerca a Jesús, buscaba aliento, alguna forma de saber que tenía vida eterna. Quería que Jesús midiera y evaluara sus cualidades o que le diera alguna tarea a fin de asegurar su inmortalidad. De ahí que Jesús le diera una tarea, la única cosa que este hombre sintió que no podría cumplir. "¿Quién, pues, podrá ser salvo?", se preguntaron los presentes. "Nadie puede por sus medios", respondió Jesús. "Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios". La salvación no se puede ganar, es un don de Dios. En esencia, la pregunta de Jesús al hombre principal, el que lo llamó "Maestro bueno", fue: "¿Sabes quién soy?" Sin dudas este hombre, que con razón le llamaba bueno, no captó las implicaciones de la declaración de Jesús porque Él es Dios mismo. La riqueza de este hombre trajo cierta clase de paz a su vida y le dio poder y prestigio. Cuando Jesús le dijo que vendiera todo lo que poseía, tocaba su seguridad e identidad. El hombre no entendió que estaría mucho más seguro si seguía a Jesús, más que la estabilidad que le daba sus riquezas.
Debido a que el dinero representa poder, autoridad y éxito, a menudo es difícil para la gente adinerada concientizarse de su necesidad y de su incapacidad para salvarse. A menos que Dios penetre en sus vidas, estas por sí solas no irán a Él. Jesús sorprendió a algunos de sus oyentes al ofrecer salvación al pobre.
Pedro y los otros discípulos tuvieron que pagar un alto precio al dejar sus hogares y trabajos para seguir al Señor. No obstante, Jesús le recordó a Pedro que seguirle tiene sus beneficios y también sacrificios.
Al hablar de lo que tenía que pasar, los discípulos no entendieron lo que Jesús dijo. Tal parece que concentraron su atención en la parte de su muerte e hicieron caso omiso de lo que mencionó en cuanto a su resurrección. A pesar de que Jesús les habló con claridad, no lograron captar el significado de sus palabras hasta que lo vieron resucitado, cara a cara.
A menudo, los mendigos esperaban junto a los caminos cerca de las ciudades, porque eran los lugares más apropiados para entrar en contacto con la gente. Por lo general, los impedidos en alguna manera no estaban en condiciones de trabajar para vivir. Esos mendigos tenían muy poca esperanza de salir de esta degradante forma de vivir. Sin embargo, el ciego que se acerca a Jesús, en particular puso su esperanza en el Mesías. Sin vergüenza clamó procurando ganar la atención de Jesús y este le dijo que su fe le permitió ver. El ciego llamó a Jesús "Hijo de David", un título para el Mesías. Esto significa que entendió que Jesús era el Mesías tan esperado, mientras que los líderes religiosos que vieron sus milagros permanecieron ciegos a su identidad y se negaron a reconocerlo como tal.

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