lunes, 11 de marzo de 2019

Tiempo... Lucas 17. 11 - 19



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo !Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!

Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado”.  Lucas 17.11 - 19

Vemos claramente que Jesús atendía con misericordia y amor a cuantos acudían a su lado, generalmente para pedirle una curación física; además, perdonaba a quienes se arrepentían de sus pecados; consolaba a los sufrientes, los marginados y despreciados y animaba a los que buscaban conocer y servir a Dios.
Los diez leprosos que pedían curación fueron sanados y pudieron volver a reunirse con sus familias. Pero uno solo reconoció la grandeza de lo que Jesús había hecho por él y volvió a darle gracias; por ello, Jesús le concedió además la salvación. Por lo general, no sabemos de verdad quién es Dios ni lo que Cristo ha hecho por nosotros y menos aún le damos gracias. Fuimos creados para Dios, pero por la tendencia natural al pecado que todos llevamos dentro, rechazamos la autoridad divina y preferimos vivir solo para nosotros mismos, desorientados y separados de Dios.
Pero el Señor, por su inmensa misericordia, envió a su Hijo a restablecer el orden creado. Jesús, absolutamente inocente y sin pecado, dio su vida voluntariamente por los pecadores; recibiendo el castigo que merecíamos nosotros, nos purificó de toda maldad derramando su sangre preciosa en la cruz y las puertas del cielo se abrieron para que pudiéramos entrar a la presencia del Padre, ya limpios de toda mancha, culpa o vergüenza.
Si realmente queremos asegurarnos de que nuestro destino eterno estará junto a Dios, ya es hora de dejar de insistir en hacer nuestra propia voluntad y de buscar la seguridad y la felicidad en el dinero, el placer, los vicios o la indiferencia, y dedicarnos a conocer a Jesucristo nuestro Salvador y lo que él ha hecho por nosotros.
La fe y la conversión son gratuitas, a diferencia de aquellas otras falsas fuentes de alegría o felicidad, que por lo general resultan bastante caras. Lo que sí se nos pide es la entrega de nosotros mismos, a cambio de la salvación de nuestras almas. ¡Qué mejor que eso!
Dios les bendiga abundantemente.


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