miércoles, 13 de marzo de 2019

Leyendo... Lucas capítulo 19



LECTURA DIARIA:
Lucas capítulo 19

Los judíos se oponían a los impuestos porque servían para apoyar a un gobierno secular y a sus dioses paganos, pero aun así estaban obligados a pagar.
Los cobradores de impuestos eran las personas más impopulares en Israel. A los judíos por nacimiento que optaban trabajar para los romanos se les consideraba traidores. Además, era sabido por todos, que los cobradores de impuestos se enriquecieron a expensas de sus compatriotas. No sorprende, por lo tanto, que las multitudes se sintieron molestas cuando Jesús visitó a Zaqueo, un cobrador de impuestos. A pesar de que Zaqueo era deshonesto y traidor, Jesús lo amaba y, en respuesta, el pequeño recaudador de impuestos se convirtió. Sin embargo, después de su encuentro con Jesús llegó a la conclusión de que su vida necesitaba que la enderezaran. Al dar a los pobres y restituir con intereses generosos a los que defraudó, Zaqueo demostró mediante acciones externas el cambio interno que experimentó.
Cuando Jesús dijo que Zaqueo era un hijo perdido de Abraham, debe haber sorprendido a sus oyentes al menos en dos maneras. No les debe haber gustado reconocer que este cobrador de impuestos tan impopular era un compatriota hijo de Abraham y no deben haber deseado admitir que hijos de Abraham pudieran perderse.
La gente seguía esperando un líder político que llegara a establecer un reino terrenal y que los librara del dominio de Roma. La parábola que Jesús narra aquí, mostró que su Reino no tendría esta característica de inmediato. Primero, se ausentaría por un tiempo y se requería de sus seguidores que fueran fieles y productivos durante su ausencia. Su regreso establecería el Reino más poderoso y justo que jamás hayan imaginado. Esta parábola mostró a sus seguidores lo que tendrían que hacer en el lapso entre su partida y su Segunda Venida.
Jesús ya era muy conocido. Todo el que venía a Jerusalén para la Pascua había oído de Él y por un tiempo el ánimo popular estaba a su favor. "El Señor lo necesita", fue todo lo que dijeron los discípulos a los dueños del pollino que iba a utilizar para su entrada en Jerusalén, y con  agrado lo dieron.
En su entrada a la ciudad, la gente estaba a lo largo del camino, alabando a Dios, agitando ramas de árboles y tendiendo sus mantos delante del pollino a medida que pasaba. "¡Larga vida al Rey!", era el significado de sus gritos de alegría porque sabían que Jesús cumplía con toda intención la profecía de Zacarías  9.9: "Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humildemente, cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna".
Para anunciar que Él era en realidad el Mesías, Jesús escogió el tiempo cuando todo Israel estaría congregado en Jerusalén, un lugar en el que una gran multitud lo vería, una forma por la cual mostraría que su misión era inconfundible. Las multitudes estaban entusiasmadas. Ahora tenían la seguridad de que su liberación estaba cerca.
Jesús y sus discípulos visitaron las aldeas de Betania y Betfagé, situadas al este del Monte de los Olivos, solo a pocos kilómetros de Jerusalén. Durante las noches de esa última semana, Jesús se quedó en Betania y entraba a Jerusalén durante el día.
La multitud que alababa a Dios por darles un Rey tenía un concepto erróneo de Jesús. Estaban seguros de que sería un líder nacional que restauraría la nación a su gloria inicial y esto demostraba que eran sordos a las palabras de los profetas y ciegos a la verdadera misión de Jesús. Cuando llegó a ser evidente que Jesús no cumpliría con sus esperanzas, se volvieron en su contra. Los fariseos consideraron que las palabras de la multitud eran sacrílegas y blasfemas. No querían a alguien que trastornara su poder y autoridad, y a la vez no querían una sublevación que sofocara el ejército romano. De ahí que pidieron a Jesús que calmara a su gente. Pero Jesús dijo que si la gente callaba, aun las piedras clamarían.
Los líderes judíos rechazaban a su Rey. Iban demasiado lejos. Rechazaban la oferta de salvación de Dios en Jesucristo cuando Dios mismo los visitaba y muy pronto su nación sufriría. De todos modos, Dios no le dio las espaldas a los judíos que le obedecieron.

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