viernes, 21 de junio de 2019

Tiempo... 2 Corintios 9. 6 - 10



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Acuérdense de esto: El que siembra poco, poco cosecha; el que siembra mucho, mucho cosecha. Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, y no de mala gana o a la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría.
 Dios puede darles a ustedes con abundancia toda clase de bendiciones, para que tengan siempre todo lo necesario y además les sobre para ayudar en toda clase de buenas obras. La Escritura dice: «Ha dado abundantemente a los pobres, y su generosidad permanece para siempre.»
Dios, que da la semilla que se siembra y el alimento que se come, les dará a ustedes todo lo necesario para su siembra, y la hará crecer, y hará que la generosidad de ustedes produzca una gran cosecha”.  2 Corintios 9. 6 – 10

Lo que los corintios estaban entendiendo, era que lo más importante no era que ellos estuviesen bien, y cómodos, sino que estuvieran bien los demás. Sembrar, no es un medio para un fin, no es un paso para lograr un objetivo, sino todo lo contrario: sembrar es, en sí mismo, el objetivo.
Dios nos llena de bendiciones a todos nosotros. Recibimos innumerables cosas en nuestra vida, desde posesiones materiales hasta capacidades, virtudes, dones. Algunos reciben mayor proporción de una cosa, algunos de otra. Pero todos recibimos. Lo importante es entender que con Dios no funciona como "premio". No es que recibimos porque dimos. No funciona la regla de "dar para recibir", sino justamente la regla inversa, recibir para poder dar.
Dios cubre todas nuestras carencias para que en lo que demos, podamos estar tranquilos. "El que le suple la semilla al que siembra también le suplirá pan para que coma, aumentará los cultivos y hará que ustedes produzcan una abundante cosecha de justicia" (9.10). Porque así no nos tenemos que preocupar de nada más, sólo de dar. Del resto de las cosas se ocupa el Señor.
"Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría" (9.7).
No tenemos que dar más de lo que verdaderamente podemos dar. Tenemos que comprender hasta dónde me dio Dios, porque esta es la medida en la que podemos dar.
Lo importante es entender: Dios me da a mí para que yo dé. Y me da según lo que quiere que dé. Si me dio poco dinero, no necesito dar todo mi dinero, aunque hacerlo no está mal si confío en que el Señor me sostiene.
Lo que realmente cuenta es con qué motivación lo hacemos, porque de eso depende si es una siembra agradable a Dios.
Y de la misma manera, entender que recibimos para que podamos dar, revela dos grandes verdades: primero, que sembrar, dar, no es un aspecto más de la vida cristiana. Es el propósito de nuestro paso por este mundo. Sí: para eso existimos, para sembrar. Se ve claramente en el hecho de que siempre, queramos o no, estamos dando algo. A veces damos fruto bueno, a veces fruto malo, o espinas, bendición o maldición, pero siempre causamos efecto en otras personas. Lo que cambia es qué sembramos, y de dónde viene. Lo segundo es que todo, absolutamente todo, le pertenece al Señor. Lo que sembramos, lo que damos, viene de Él y le pertenece.
"Señor y Dios nuestro, de ti procede todo cuanto hemos conseguido para construir un templo a tu santo nombre. ¡Todo es tuyo!" (1 Crónicas 29.16). Cuando damos, cuando sembramos, simplemente le estamos devolviendo lo que recibimos, para que eso que Él nos dio, llegue a otros.
No es que seamos mejores personas, sino que hemos recibido tanto que tenemos una fuente inagotable de bendiciones para sembrar.
Dios les bendiga abundantemente.

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