miércoles, 19 de junio de 2019

Tiempo... 2 Corintios 7. 8 - 13



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Aunque la carta que les escribí los entristeció, no lo lamento ahora. Y si antes lo lamenté viendo que esa carta los había entristecido por un poco de tiempo, ahora me alegro; no por la tristeza que les causó, sino porque esa tristeza los hizo volverse a Dios.
Fue una tristeza según la voluntad de Dios, así que nosotros no les causamos ningún daño; pues la tristeza según la voluntad de Dios conduce a una conversión que da por resultado la salvación, y no hay nada que lamentar. Pero la tristeza del mundo produce la muerte. Su tristeza, que fue según la voluntad de Dios, ¡miren qué resultados ha dado! Los hizo tomar en serio el asunto y defenderme; los hizo enojar, y también sentir miedo. Después tuvieron deseos de verme, sintieron celos por mí y castigaron al culpable. Con todo lo cual han demostrado ustedes que no tuvieron nada que ver en este asunto. Así pues, cuando les escribí aquella carta, no lo hice pensando en el ofensor ni en la persona ofendida, sino más bien para que se viera delante de Dios la preocupación que ustedes tienen por nosotros. Esto ha sido para nosotros un consuelo”.  2 Corintios 7. 8 – 13.

Hoy existe en la sociedad un consenso generalizado de que tanto la culpa como la tristeza son cosas malas en sí mismas. Esto es un error. Hay dos tipos de culpas, dos tipos de tristezas.
Uno de estos tipos, en ambos casos, es patológico. Este primer tipo nos lleva a castigarnos a nosotros mismos, a reprimirnos, a achicarnos y desvalorizarnos como personas.
El segundo tipo de tristeza, o de culpa, es el que nos lleva a reflexionar, a meditar sobre nuestros actos o sobre lo que pasó.
Este tipo de tristeza, dice Pablo, no sólo no es malo, sino que es muy bueno. Y lo es porque el arrepentimiento, el reconocimiento de nuestras propias faltas, de nuestro estado incompleto, de nuestra imperfección, es una señal de que tenemos en nosotros este "temor" del que habla el pasaje. Esta reverencia profunda por Dios, que nos lleva a querer hacer las cosas cómo Él nos pide, y nos lo hace vivir como una meta personal, tanto que nos entristece si fallamos.
Lo bueno de la tristeza que proviene de Dios, es que Dios mismo nos consuela. Y el consuelo de Dios transforma. Eso es, lo que Pablo está mostrando de los corintios: "Fíjense lo que ha producido en ustedes esta tristeza que proviene de Dios: ¡qué empeño, qué afán por disculparse, qué indignación, qué temor, qué anhelo, qué preocupación, qué disposición para ver que se haga justicia! En todo han demostrado su inocencia en este asunto" (7.11). Evidentemente, estas cosas no estaban en ellos antes de que experimentaran esa tristeza.
Entonces, el arrepentimiento es la base del temor de Dios, y el temor de Dios la base del crecimiento como personas integrales.
Porque el mensaje que Dios nos propone es integral: abarca todo nuestro ser, cuerpo, mente y espíritu, nos dirían los griegos clásicos. Y por eso, este crecimiento es la base de una comunidad de creyentes que crece, individual y colectivamente.
Dios les bendiga abundantemente.

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