jueves, 13 de junio de 2019

Tiempo... 2 Corintios 1. 3 - 7



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues él es el Padre que nos tiene compasión y el Dios que siempre nos consuela. 
 Él nos consuela en todos nuestros sufrimientos, para que nosotros podamos consolar también a los que sufren, dándoles el mismo consuelo que él nos ha dado a nosotros.  Porque así como los sufrimientos de Cristo se desbordan sobre nosotros y nosotros sufrimos con él, así también por medio de Cristo se desborda nuestro consuelo.  Pues si nosotros sufrimos, es para que ustedes tengan consuelo y salvación; y si Dios nos consuela, también es para que ustedes tengan consuelo y puedan soportar con fortaleza los mismos sufrimientos que nosotros padecemos.  Tenemos una esperanza firme en cuanto a ustedes, porque nos consta que, así como tienen parte en los sufrimientos, también tienen parte en el consuelo”. 
2 Corintios 1. 3 – 7

Dios es el Dios de toda consolación. Es el primero que nos trae consuelo y nos conforta. Cuando otra persona nos consuela, el consuelo es pasajero, es momentáneo. Pero cuando Dios mismo nos consuela, el consuelo es profundo y permanente.
Buscar el consuelo de Dios nos trae esperanza. Consuelo y esperanza van de la mano. Si Dios nos consuela, podemos mirar para adelante y creer que las cosas pueden cambiar.
Todo esto tiene un propósito, que cada uno de nosotros también podamos consolar a otros desde el consuelo del Señor. Si sufrimos es para que Dios nos consuele, y si nos consuela es para que también consolemos a otros. Lo importante de todo esto es que Cristo es nuestro consuelo. Nadie más. Podemos por supuesto buscar consuelo en las personas, pero primero deberíamos buscarlo en Cristo, sino el consuelo va a ser incompleto.
Si consolamos desde la lógica humana, estamos consolando de manera incompleta. El consuelo se trata de Dios derramando su gracia sobre nosotros a través de Cristo Jesús, su provisión de paz para nuestro interior. Así se manifiesta la gracia en este caso. Su gracia es el consuelo. De la misma manera, es la gracia de Dios, que recibo por medio de Cristo, la que debería conducir nuestras decisiones y pensamientos. Es Cristo el que tiene que ser nuestra sabiduría. La sabiduría humana se basa en las apariencias, pero la de Dios se basa en Cristo.
Para que el consuelo se convierta en esperanza, necesitamos confiar en que es Dios el que obra, tanto para consolarnos como para encargarse de las circunstancias.
Pablo dice que cuando estaban en Asia sentían que iban a morir. Pero entonces recordó ¡Dios tiene el poder para resucitar a los muertos! No hay nada que temer. Incluso puede reanimar a los que viven como si estuvieran muertos, sus vidas están como apagadas, no encuentran un rumbo, o un sentido.
O simplemente viven sin Jesús, y él mismo dijo "Yo soy la resurrección y la vida" (Juan 11.25).
Sin Él, no hay vida. Hay solamente un impulso que anima nuestro cuerpo, pero la vida es estar cerca de Dios.
Dios les bendiga abundantemente.

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