domingo, 16 de junio de 2019

Tiempo... 2 Corintios 4. 6 - 10



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Porque el mismo Dios que mandó que la luz brotara de la oscuridad, es el que ha hecho brotar su luz en nuestro corazón, para que podamos iluminar a otros, dándoles a conocer la gloria de Dios que brilla en la cara de Jesucristo.

Pero esta riqueza la tenemos en nuestro cuerpo, que es como una olla de barro, para mostrar que ese poder tan grande viene de Dios y no de nosotros. Así, aunque llenos de problemas, no estamos sin salida; tenemos preocupaciones, pero no nos desesperamos. Nos persiguen, pero no estamos abandonados; nos derriban, pero no nos destruyen. Dondequiera que vamos, llevamos siempre en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se muestre en nosotros”.  2 Corintios 4.  6 – 10

Este pasaje habla de un tesoro. Dice que llevamos en nuestro interior un tesoro. Ese tesoro no es otra cosa que la luz que brilla en el rostro de Jesús: la gloria de Dios.
Sí, llevamos adentro de nosotros la gloria de Dios. ¿Cómo se produce esto? Bueno, Dios mismo enciende esa luz en nosotros. Como afirma Pablo, así como Dios ordenó que se hiciera la luz en el mundo, ordena que se haga la luz en nuestros corazones, y así ocurre: "Y dijo Dios: '¡Que exista la luz!' Y la luz llegó a existir" (Génesis 1.3).
Pero para que podamos tener acceso a esa luz, es necesario que ocurra algo primero. Es necesario que veamos primero esa gloria de Dios. Que a través de la fe nos apropiemos de esa gloria.
La fe, el paso de creer en Jesús, en que él es la verdadera y definitiva provisión de Dios para el hombre, a creer, es lo que abre la puerta de nuestro corazón. Es el interruptor de esa luz. "Cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado" (2 Corintios 3.16).
Para poder tener este tesoro, esta gracia que nos salva, que nos reconstruye, que nos consuela; para poder, en definitiva, ser libres, necesitamos ver lo invisible. Y para poder compartir nuestra fe con otros, necesitamos mostrar lo invisible.
Este es el tesoro de Dios, que llevamos en nuestro interior. Llevamos con nosotros todo el tiempo esta gloria, esta luz de Cristo, que resplandece en medio de la oscuridad causada por la ceguera. Incluso los que todavía están ciegos pueden ver esa luz, y entonces pueden creer y recuperar también la vista.
Por eso dice Pablo que "hemos renunciado a todo lo vergonzoso que se hace a escondidas" (2 Corintios 4.2), y que "si nuestro evangelio está encubierto, lo está para los que se pierden" (2 Corintios 4.3), o sea, los que no encuentran esta luz, porque siguen mirando sin mediación de la fe.
Porque para los que se atreven a creer, el evangelio, esta gloria de Cristo, este tesoro de Dios, está perfectamente a la vista. Se refleja en cada cosa que hacemos, en cada cosa que decimos.
Dios les bendiga abundantemente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario