lunes, 17 de junio de 2019

Leyendo... 2 Corintios capítulo 5



LECTURA DIARIA:
2 Corintios capítulo 5

Pablo contrasta nuestros cuerpos terrenales ("morada terrestre") y nuestra resurrección futura del cuerpo ("un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos").
Pablo afirma con claridad que nuestros cuerpos mortales nos hacen gemir, pero cuando muramos no seremos espíritus sin cuerpo ("seremos hallados vestidos, no desnudos"). Tendremos nuevos cuerpos que serán perfectos para nuestra vida eterna. Pablo escribió esto porque la iglesia de Corinto estaba en el corazón de la cultura griega y muchos creyentes tenían dificultad con el concepto de la resurrección del cuerpo. Los griegos no creían en la resurrección corporal. La mayoría consideraba la vida venidera como algo relacionado sólo con el alma, la persona real, presa en un cuerpo físico. Creían que al morir el alma quedaba libre, no había inmortalidad para el cuerpo, en cambio el alma entraba en un estado eterno. Pero la Biblia enseña que el cuerpo y el alma finalmente son inseparables.
Las Escrituras no dan muchos detalles en relación de cómo serán nuestros cuerpos resucitados, pero lo que sí sabemos es que serán perfectos, sin enfermedades, o dolor.
El Espíritu Santo en nosotros es nuestra garantía de lo que Dios nos tiene reservado, un cuerpo revestido y eterno, que nos dará al resucitar.
Pablo no temía morir porque estaba seguro de que pasaría la eternidad con Cristo.
Para aquellos que creen en Cristo, la muerte sólo es el preludio a una vida eterna con Dios.
La vida eterna es un don gratuito basado en la gracia de Dios, pero cada uno de nosotros será juzgado por Cristo. Este juicio nos recompensará por la forma en que hayamos vivido. El don de la gracia de Dios en la salvación no nos libra de la fiel obediencia. Todos los cristianos deben rendir cuentas por la forma en que vivieron.
"Los que se glorían en las apariencias y no en el corazón" son los falsos maestros, los que se preocupaban sólo por salir airosos en este mundo. Predicaban el evangelio por dinero y popularidad, mientras que Pablo y sus colaboradores predicaban preocupados en la eternidad.
Todo lo que Pablo y sus colaboradores hicieron fue para honrar a Dios. El amor de Cristo controlaba sus vidas.
Como Cristo murió por nosotros, nosotros también debemos morir a nuestra vieja vida. Como Pablo, no debemos vivir más para agradarnos a nosotros mismos, debemos usar nuestra vida agradando a Cristo, el que murió por nosotros y resucitó del sepulcro. Los cristianos son nuevas criaturas desde su interior. El Espíritu Santo les da vida nueva y ya no serán los mismos jamás. No hemos sido reformados, rehabilitados o reeducados; somos una nueva creación, viviendo en unión vital con Cristo. Convertirnos no es meramente dar la vuelta a una hoja nueva, sino empezar una vida nueva bajo un nuevo Maestro.
Dios nos reconcilia, borra nuestros pecados y nos hace justos. Dejamos de ser enemigos, extraños o extranjeros para Dios, cuando confiamos en Cristo.
Al reconciliarnos con Dios, tenemos el privilegio de animar a otros para que hagan lo mismo, y de esa manera somos aquellos que tienen "el ministerio de la reconciliación".
Un embajador es un representante oficial de un país en otro. Como creyentes, somos embajadores de Cristo, enviados con su mensaje de reconciliación al mundo. El embajador de reconciliación tiene una responsabilidad muy importante. No debemos cumplir esta responsabilidad en forma liviana.
Dios ofrece cambiar su justicia por nuestro pecado, algo de valor inmensurable por algo que no vale nada.

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