viernes, 3 de noviembre de 2017

Un momento... LA BAJA AUTOESTIMA

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UN MOMENTO PARA PENSAR EN DIOS
LA BAJA AUTOESTIMA

El gigante del complejo de inferioridad no hace distinción de personas. Todo el mundo ha experimentado esas terribles acusaciones de ese gigante. ¿Quién te crees que eres? No sirves para nada. No eres nadie ¿Quiénes son tus antepasados? Eres lo peor. Todos te menosprecian. Nadie te quiere. 
Este gigante nos echará al suelo y nos pisoteará hasta que no podamos levantar la cabeza, y si logramos levantarla, caminaremos con la mirada clavada al piso como si tuviéramos que pedir permiso a todos para andar en este mundo.
La baja autoestima, como hoy se llama al complejo de inferioridad tiene lugar cuando no se tiene conciencia del propio valor personal. La baja autoestima puede comprometer todas las relaciones, en lo personal, profesional, afectivo, familiar, social.
El complejo de inferioridad nos hace sentir que somos menos capaces que los demás. Vivimos con la constante preocupación de no valemos nada, de que todos son mejores que nosotros, de que lo que nosotros hacemos no será aprobado por nadie. Poco a poco vamos rindiéndonos a este gigante.
Este gigante tiene varias puertas de ingreso a nuestra vida. A veces puede ser nuestra apariencia, que soy muy alto, o que soy muy bajo, que soy muy gordo o que soy muy flaco, que tengo el cabello lacio o el cabello ondulado, que tengo la piel clara o la piel oscura. A veces es la manera como vestimos, a veces los talentos que poseemos, a veces los bienes que tenemos. Cuando el gigante del complejo de inferioridad logra atravesar alguna de estas puertas se instala cómodamente en nuestra vida y nos causa todo tipo de estragos. Algunos de los grandes hombres de DIOS fueron atacados por este gigante en algún momento de su vida.
Moisés fue uno de ellos. Moisés fue llamado por DIOS, pero cuando se enteró que DIOS quería que fuera a Faraón, el gigante del complejo de inferioridad atacó y Moisés dijo: Nunca he sido hombre de fácil palabra. Soy tardo en el habla y torpe de lengua. Jeremías es otro ejemplo. Fue hijo de un sacerdote y DIOS le había hablado personalmente. Cuando Jeremías se enteró que DIOS le había escogido para que sea su portavoz sintió el ataque del gigante del complejo de inferioridad. Dominado por este gigante, Jeremías respondió: Ah, Ah, Señor Jehová. He aquí no sé hablar, porque soy niño.
Existen dos cosas que podemos hacer para conquistar a este gigante. Primero podemos destruirlo con la razón, simplemente usando la cabeza. DIOS nos ha puesto la cabeza sobre los hombros para algo más que para llevar el sombrero. Debemos usar el poder de la razón. Si de pronto alguien se nos cruzara en el camino y nos dijera: Vaya, que feo que eres. ¿Qué haríamos? ¿Alimentar el complejo de inferioridad? Por supuesto que no. Deberíamos razonar inmediatamente. ¿Quién es juez para decidir entre lo que es feo y lo que es hermoso en cuanto a la apariencia física?
Conocemos cientos de personas nada atractivas físicamente, pero que son excelentes como personas. La hermosura no está en la forma de la cara sino en el alma.
Para DIOS todos somos únicos y tan valiosos que DIOS pagó con la vida de su Hijo para comprarnos.
Dios mismo nos creó: Dios mío, tú fuiste quien me formó en el vientre de mi madre. Tú fuiste quien formó cada parte de mi cuerpo. Soy una creación maravillosa, y por eso te doy gracias. Todo lo que haces es maravilloso,
¡de eso estoy bien seguro!”. (Salmo 139. 13 – 14).
Podemos confiar en DIOS, aceptar su gracia y ser llenos de ella. Podemos apropiarnos de nuestra posición en Cristo. Somos nada más y nada menos que hijos del Rey. Eso no debemos olvidar jamás. En esto descansa nuestro verdadero valor. No en cómo nos parecemos o en las cosas que tenemos.
Lo que otros piensen de nosotros es asunto de ellos y de ninguna manera afecta el valor que realmente tenemos para con DIOS.
Nosotros somos valiosos para DIOS y punto. Los que piensan que somos menos es porque no conocen a nuestro Padre celestial y por tanto no saben la riqueza que nuestro Padre posee.
Necesitamos atacar con el arma de la fe al gigante del complejo de inferioridad. Cuando lo miramos con los ojos de la fe este poderoso gigante es como una hormiga. No hay necesidad de que un creyente se deje dominar por el gigante del complejo de inferioridad.
Dios les bendiga abundantemente.

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