sábado, 11 de noviembre de 2017

Leyendo... Salmo 51

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LECTURA DIARIA:
Salmo 51

David estaba en verdad arrepentido de su adulterio con Betsabé y de asesinar a su esposo para cubrir este pecado. Sabía que sus acciones dañaron a mucha gente. Y debido a que se arrepintió, Dios lo perdonó misericordiosamente. Sin embargo, aunque Dios nos perdona, no borra las consecuencias naturales de nuestro pecado. 
La vida y la familia de David nunca fueron las mismas como consecuencia de lo que hizo (2 de Samuel 12.1-23).
En el caso de David, un bebé murió y se asesinó a un hombre. Todo pecado nos hiere a nosotros mismos y a otros, y finalmente ofende a Dios porque es rebelión en contra del estilo de vida que El demanda.
En Egipto, los israelitas usaron manojos de hisopo para untar la sangre del cordero en los dinteles de las puertas de sus casas. Esto los mantendría a salvo del ángel de la muerte (Éxodo 12.22). A través de este acto los israelitas mostraron su fe y aseguraron su liberación de la esclavitud en Egipto.
El pecado abre una brecha entre Dios y los hombres, David se sentía así. Pecó con Betsabé y el profeta Natán acababa de confrontarlo. En su oración a Dios suplicó: "Vuélveme el gozo de tu salvación". Dios quiere que estemos cerca de El y que experimentemos su vida plena y completa. Pero el pecado que no confesamos hace que esa intimidad sea imposible.
Cuando Dios perdona nuestro pecado y restaura nuestra relación con El.
Dios quiere un espíritu quebrantado y un corazón contrito. Nunca complaceremos a Dios mediante acciones externas, por muy buenas que sean, si la actitud interna de nuestro corazón no es correcta.

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