TIEMPO DE REFLEXIÓN
“Aconteció después,
que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el
evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían
sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba
Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza
intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes”. Lucas
8. 1 – 3
Para
Jesús la enseñanza del evangelio era su actividad constante. En su tiempo terrenal,
necesitaba establecer el Reino de Dios en el lugar donde se encontraba.
Necesitaba corazones sensibles a su voz, y dispuestos a servir y trabajar por
su Reino.
Por
eso, las mujeres fueron parte de su ministerio, demostrando que todas las personas
son iguales ante Dios. Jesús dignificó a las mujeres de la degradación y
servidumbre en que las mantenía la cultura judía y el medio oriente en general.
Y les permitió ministrar y servir a su lado. Ellas apoyaban con dinero, comida,
asistían las necesidades materiales, de Jesús y del grupo de hombres que
andaban con Él.
Su
servicio, era de alguna manera la manifestación de gratitud hacia el Salvador,
que las había liberado, algunas del poder demoníaco y a otras de sus
enfermedades.
El
don de servicio es el que menos se ve, y se luce dentro de la iglesia de
Cristo. Y a veces son las personas que hacen por sus hermanos, cosas que quizás
parecen insignificantes, pero que no lo son, ya que todos se benefician de
esto. Como: Cocinar, ayudar a los necesitados, limpiar las sillas, lavar,
preparar la santa cena, organizar, cuidar de los niños, etc.
A
menudo el ministerio de los que siempre figuran, que ministran la Palabra de
Dios, y presiden en las reuniones, depende del trabajo silencioso y amoroso de
estas personas, que sirven sin importar ser el centro de la escena.
María
Magdalena y otras mujeres, que habían experimentado la liberación, el perdón y
la sanidad divina, estuvieron dispuestas a dar lo mejor de ellas, a servir con
el corazón en favor de la obra de Dios.
Sólo
un alma agradecida, sirve con amor al Señor. Esto debe ser una motivación para
que ayudemos en nuestra iglesia sin esperar reconocimientos. Pues es Dios quién
ve nuestras acciones y la gratitud de nuestro corazón. El ejemplo de María
Magdalena y otras mujeres debe alentarnos a ser fieles discípulos de Cristo y a
rendir un servicio fructífero, donde el Señor nos llame, con amor y gratitud.
Dios
les bendiga abundantemente.
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