sábado, 2 de marzo de 2019

Tiempo... Lucas 8. 1 - 3



TIEMPO DE REFLEXIÓN

Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes”. Lucas 8. 1 – 3


Para Jesús la enseñanza del evangelio era su actividad constante. En su tiempo terrenal, necesitaba establecer el Reino de Dios en el lugar donde se encontraba. Necesitaba corazones sensibles a su voz, y dispuestos a servir y trabajar por su Reino.
Por eso, las mujeres fueron parte de su ministerio, demostrando que todas las personas son iguales ante Dios. Jesús dignificó a las mujeres de la degradación y servidumbre en que las mantenía la cultura judía y el medio oriente en general. Y les permitió ministrar y servir a su lado. Ellas apoyaban con dinero, comida, asistían las necesidades materiales, de Jesús y del grupo de hombres que andaban con Él.
Su servicio, era de alguna manera la manifestación de gratitud hacia el Salvador, que las había liberado, algunas del poder demoníaco y a otras de sus enfermedades.
El don de servicio es el que menos se ve, y se luce dentro de la iglesia de Cristo. Y a veces son las personas que hacen por sus hermanos, cosas que quizás parecen insignificantes, pero que no lo son, ya que todos se benefician de esto. Como: Cocinar, ayudar a los necesitados, limpiar las sillas, lavar, preparar la santa cena, organizar, cuidar de los niños, etc.
A menudo el ministerio de los que siempre figuran, que ministran la Palabra de Dios, y presiden en las reuniones, depende del trabajo silencioso y amoroso de estas personas, que sirven sin importar ser el centro de la escena.
María Magdalena y otras mujeres, que habían experimentado la liberación, el perdón y la sanidad divina, estuvieron dispuestas a dar lo mejor de ellas, a servir con el corazón en favor de la obra de Dios.
Sólo un alma agradecida, sirve con amor al Señor. Esto debe ser una motivación para que ayudemos en nuestra iglesia sin esperar reconocimientos. Pues es Dios quién ve nuestras acciones y la gratitud de nuestro corazón. El ejemplo de María Magdalena y otras mujeres debe alentarnos a ser fieles discípulos de Cristo y a rendir un servicio fructífero, donde el Señor nos llame, con amor y gratitud.
Dios les bendiga abundantemente.

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