miércoles, 20 de marzo de 2019

Tiempo... Juan 1. 1 - 14


TIEMPO DE REFLEXIÓN

“En el principio ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios.
Por medio de él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla. Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos creyeran por lo que él decía. Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio de la luz. La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad venía a este mundo. Aquel que es la Palabra estaba en el mundo; y, aunque Dios hizo el mundo por medio de él, los que son del mundo no lo reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos no lo recibieron. Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado. Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad”.
Juan 1. 1 – 14.

Antes de que Dios se hiciera hombre en Jesús, lo más cercano que un judío podía llegar a percibir la gloria de Dios era una vez al año, en el Día de la Expiación. Solo ese día, el sumo sacerdote podía entrar en el santuario interior del templo, donde “habitaba” Dios. Nadie más podía tener un encuentro con Dios y experimentar su gloria de primera mano.
Pero cuando Jesús se hizo hombre, él nos concedió a todos el privilegio de “ver” la gloria de Dios, porque ¡él es la gloria de Dios!
¡Qué gran emoción deben haber sentido sus discípulos cuando dijeron a sus conciudadanos: “Nadie ha visto jamás a Dios… pero nosotros hemos visto su gloria!” Dios envió a su Hijo para que nosotros también podamos afirmar: “He visto su gloria.”
Sí, en efecto, ¡Dios no está lejos! Él habita en nosotros y quiere revelarse a nosotros en las circunstancias cotidianas de nuestra vida; dediquemos algún tiempo a preguntarle en qué parte de nuestra vida necesitamos más su gloria vivificante. Entreguemos esas partes a Él y preguntemos en qué otros aspectos quiere Él mostrarnos Su gracia y Su verdad, a cada uno de nosotros.
Jesús vino a habitar entre los hombres para que nosotros fuéramos testigos de su gloria en cada aspecto de nuestra vida, incluso en aquellos en los que nos hemos dado por vencidos.

Dios les bendiga abundantemente.

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