TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“En
el principio ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y
era Dios. Él estaba en el principio con Dios.
Por medio de él, Dios hizo todas
las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. En él estaba la vida, y la
vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las
tinieblas no han podido apagarla. Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios
envió como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos
creyeran por lo que él decía. Juan no era la luz, sino uno enviado a dar
testimonio de la luz. La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad venía a
este mundo. Aquel que es la Palabra estaba en el mundo; y, aunque Dios hizo el
mundo por medio de él, los que son del mundo no lo reconocieron. Vino a su
propio mundo, pero los suyos no lo recibieron. Pero a quienes lo recibieron y
creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son
hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los
ha engendrado. Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y
hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único,
abundante en amor y verdad”.
Juan
1. 1 – 14.
Antes
de que Dios se hiciera hombre en Jesús, lo más cercano que un judío podía
llegar a percibir la gloria de Dios era una vez al año, en el Día de la
Expiación. Solo ese día, el sumo sacerdote podía entrar en el santuario
interior del templo, donde “habitaba” Dios. Nadie más podía tener un encuentro
con Dios y experimentar su gloria de primera mano.
Pero
cuando Jesús se hizo hombre, él nos concedió a todos el privilegio de “ver” la
gloria de Dios, porque ¡él es la gloria de Dios!
¡Qué
gran emoción deben haber sentido sus discípulos cuando dijeron a sus
conciudadanos: “Nadie ha visto jamás a Dios… pero nosotros hemos visto su
gloria!” Dios envió a su Hijo para que nosotros también podamos afirmar: “He
visto su gloria.”
Sí,
en efecto, ¡Dios no está lejos! Él habita en nosotros y quiere revelarse a
nosotros en las circunstancias cotidianas de nuestra vida; dediquemos algún
tiempo a preguntarle en qué parte de nuestra vida necesitamos más su gloria
vivificante. Entreguemos esas partes a Él y preguntemos en qué otros aspectos
quiere Él mostrarnos Su gracia y Su verdad, a cada uno de nosotros.
Jesús
vino a habitar entre los hombres para que nosotros fuéramos testigos de su
gloria en cada aspecto de nuestra vida, incluso en aquellos en los que nos
hemos dado por vencidos.
Dios
les bendiga abundantemente.
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