LECTURA
DIARIA:
Juan
capítulo 8
La
Ley exigía que se apedrearan ambas personas involucradas en el adulterio. Los
líderes usaron a la mujer como una trampa para hacer caer a Jesús.
Si decía que
no debía apedrearse a la mujer, lo acusarían de violar la Ley de Moisés. Si los
instaba a ejecutarla, lo acusarían frente a los romanos, que no permitían a los
judíos llevar a cabo sus propias ejecuciones.
Como
Jesús ratificó el castigo aplicable al adulterio, no fue posible acusarlo de
estar en contra de la Ley. Pero al decir que solo quien estuviese libre de
pecado podía arrojar la primera piedra, destacó la importancia de la compasión
y el perdón.
Cuando
Jesús dijo que solo quien no hubiera pecado podía arrojar la primera piedra,
los líderes se alejaron en silencio, desde los más viejos hasta los más
jóvenes. Era evidente que los hombres más adultos tenían mayor conciencia de
sus pecados que los más jóvenes.
Jesús
no condenó a la mujer acusada de adulterio, pero tampoco pasó por alto su
pecado. Le dijo que abandonase su vida de pecado.
Jesús
hablaba en el lugar del templo donde se ponían las ofrendas, donde se encendían
lámparas que simbolizaban la columna de fuego que guió al pueblo de Israel por
el desierto. En este contexto, Jesús dijo ser la luz del mundo. La columna de
fuego representaba la presencia, la protección y la dirección de Dios. Jesús
trae la presencia, la protección y la guía de Dios.
Los
fariseos pensaban que Jesús era un lunático o un mentiroso. Jesús les ofreció
una tercera alternativa: que les decía la verdad. Como la mayoría de los
fariseos se negó a considerar la tercera alternativa, nunca lo reconocieron
como Mesías y Señor.
Los
fariseos argumentaban que lo que declaraba Jesús no tenía validez legal porque
no contaba con otros testigos. Jesús respondió que el testigo que lo confirmaba
era Dios mismo. Jesús y el Padre sumaban dos testigos, el número requerido por
la Ley.
El
tesoro del templo se ubicaba en el atrio de las mujeres. Allí se colocaban
trece arcas o urnas para recibir el dinero de las ofrendas. Siete de ellas eran
para el impuesto del templo; las otras seis eran para ofrendas voluntarias. En
otra ocasión, una viuda colocó su dinero en una de estas arcas y Jesús enseñó
una profunda lección a partir de esa acción.
Jesús
mismo es la verdad que nos liberta. Es la fuente de la verdad, la norma
perfecta de lo que es bueno. Nos liberta de las consecuencias del pecado, del
autoengaño y del engaño de satanás. Nos muestra claramente el camino a la vida
eterna con Dios. Jesús no nos da libertad de hacer lo que queramos, sino
libertad para seguir a Dios. Al procurar servir a Dios, la verdad perfecta de
Jesús nos liberta para que seamos todo lo que Dios quiso que fuésemos.
El
pecado busca la manera de esclavizarnos, controlarnos, dominarnos y dictar
nuestros actos.
Jesús
hace distinción entre los hijos de la carne y los hijos legítimos. Los líderes
religiosos descendían del patriarca Abraham (fundador de la nación judía) y por
lo tanto afirmaban ser hijos de Dios. Pero sus acciones demostraban que eran
verdaderos hijos de satanás, porque vivían bajo la dirección de este. Los
verdaderos hijos de Abraham no se comportaban como ellos lo hacían.
Los
líderes religiosos no eran capaces de entender porque no querían escuchar.
Satanás utilizó su obstinación, su orgullo y sus prejuicios para impedirles que
creyesen en Jesús.
En
varios lugares Jesús desafió con toda intención a sus oyentes a ponerlo a
prueba. Aceptaba gustoso a los que deseaban cuestionar sus declaraciones y su
carácter, siempre y cuando tuviesen disposición de obrar en base a lo que
descubrían.
Guardar
la palabra de Jesús significa escuchar sus palabras y obedecerlas. Cuando Jesús
dice que el que la guarda no morirá, se refiere a la muerte espiritual, no a la
física. Sin embargo, incluso la muerte física al final se vencerá. Los que
siguen a Cristo resucitarán para vivir eternamente con El. Dios prometió a
Abraham, el padre de la nación judía, que todas las naciones serían benditas por
él. Abraham pudo verlo mediante los ojos de la fe. Jesús, un descendiente de
Abraham, bendijo a todas las personas a través de su muerte, resurrección y
oferta de salvación. Cuando dijo que existía desde antes del nacimiento de
Abraham, sin duda proclamaba su divinidad. No solo dijo que existía desde antes
de Abraham, también adoptó el nombre santo de Dios (Yo soy: (Éxodo 3.14). Los
líderes judíos trataron de apedrearlo por blasfemia porque declaraba ser igual
a Dios. Entendían a la perfección lo que Jesús declaraba y, como no creían que
fuese Dios, lo acusaron de blasfemia. Lo irónico es que los verdaderos
blasfemos eran ellos, ya que maldecían y atacaban al mismo Dios que declaraban
servir.
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