TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Jesús
les contestó: Si de veras Dios fuera su padre, ustedes me amarían, porque yo
vengo de Dios y aquí estoy. No he venido por mi propia cuenta, sino que Dios me
ha enviado.
¿Por qué no pueden entender ustedes mi mensaje? Pues simplemente
porque no pueden escuchar mi palabra. El padre de ustedes es el diablo;
ustedes le pertenecen, y tratan de hacer lo que él quiere. El diablo ha sido un
asesino desde el principio. No se mantiene en la verdad, y nunca dice la
verdad. Cuando dice mentiras, habla como lo que es; porque es mentiroso y es el
padre de la mentira”.
Juan
8. 42 – 44.
¿De
qué sirve estar en plena luz si mi condición de vida, hábitos, costumbres, etc.
muestran que sigo siendo esclavo de las tinieblas?
Si
pertenecemos a la familia de Dios y tenemos su parentesco debemos amar a su
único Hijo Jesucristo, que ha venido de Él, es el Mesías prometido; y también
debemos aceptar su mensaje en nuestra vida.
Sin
embargo, nuestra condición espiritual contradice nuestra fe cuando no vivimos
de acuerdo a la nueva posición que hemos recibido de Cristo, sino que vivimos
en una condición terrenal de pecado que nos esclaviza, haciendo lo que no le
agrada, viviendo en nuestros deseos y pasiones.
Jesús
en este pasaje les recuerda a los judíos que desde el principio la naturaleza
humana se caracteriza por la mentira y el homicidio, y pone en contraposición
la verdad y la mentira. Él es la única verdad que libera de la esclavitud,
mientras que el diablo es el padre de la mentira, que engaña y esclaviza no
sólo a los incrédulos sino a los creyentes.
Dios
dijo claramente la verdad a Adán y Eva, advirtiéndoles las consecuencias de
desobedecer y separarse de Él. El padre de la mentira entró en escena y los
persuadió para que dudasen de la Palabra de Dios y confiaran en su mentira. Hoy
se repite esta escena en cuanto a la verdad revelada de Cristo y la disposición
de los seres humanos a desobedecer.
No
podemos pretender ser santos si no andamos en la verdad. El verdadero creyente
se deleita en escuchar y obedecer la Palabra de Dios y vive en comunión
continua con Él. El que goza de una relación íntima con Dios puede apreciar la
verdad de su Hijo y amarlo.
Oír
y no obedecer es el primer diagnóstico para la incredulidad. Podemos volvernos
espiritualmente sordos cuando no escuchamos la voz de Dios, sino las voces
mentirosas que nos rodean y seguimos los deseos del padre de la mentira, sus
inclinaciones, tendencias, deseos impuros, malignos e impíos, todo lo falso del
mundo que le debe a él su existencia.
Quien
no honra al Hijo no puede honrar al Padre celestial. Miremos pues como andamos
y sigamos las advertencias del apóstol Pablo en Gálatas 3.3 “¿Tan necios sois?
¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” y Efesios
5.15 “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como
sabios”.
Dios
les bendiga abundantemente.
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