TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Yendo
Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le
salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y
alzaron la voz, diciendo !Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!
Cuando
él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que
mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido
sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a
sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No
son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?¿No hubo quien
volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate,
vete; tu fe te ha salvado”. Lucas 17.11
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Vemos
claramente que Jesús atendía con misericordia y amor a cuantos acudían a su
lado, generalmente para pedirle una curación física; además, perdonaba a
quienes se arrepentían de sus pecados; consolaba a los sufrientes, los
marginados y despreciados y animaba a los que buscaban conocer y servir a Dios.
Los
diez leprosos que pedían curación fueron sanados y pudieron volver a reunirse
con sus familias. Pero uno solo reconoció la grandeza de lo que Jesús había
hecho por él y volvió a darle gracias; por ello, Jesús le concedió además la
salvación. Por lo general, no sabemos de verdad quién es Dios ni lo que Cristo
ha hecho por nosotros y menos aún le damos gracias. Fuimos creados para Dios,
pero por la tendencia natural al pecado que todos llevamos dentro, rechazamos
la autoridad divina y preferimos vivir solo para nosotros mismos, desorientados
y separados de Dios.
Pero
el Señor, por su inmensa misericordia, envió a su Hijo a restablecer el orden
creado. Jesús, absolutamente inocente y sin pecado, dio su vida voluntariamente
por los pecadores; recibiendo el castigo que merecíamos nosotros, nos purificó
de toda maldad derramando su sangre preciosa en la cruz y las puertas del cielo
se abrieron para que pudiéramos entrar a la presencia del Padre, ya limpios de
toda mancha, culpa o vergüenza.
Si
realmente queremos asegurarnos de que nuestro destino eterno estará junto a
Dios, ya es hora de dejar de insistir en hacer nuestra propia voluntad y de
buscar la seguridad y la felicidad en el dinero, el placer, los vicios o la
indiferencia, y dedicarnos a conocer a Jesucristo nuestro Salvador y lo que él
ha hecho por nosotros.
La
fe y la conversión son gratuitas, a diferencia de aquellas otras falsas fuentes
de alegría o felicidad, que por lo general resultan bastante caras. Lo que sí
se nos pide es la entrega de nosotros mismos, a cambio de la salvación de
nuestras almas. ¡Qué mejor que eso!
Dios les bendiga abundantemente.
Dios les bendiga abundantemente.
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