domingo, 17 de marzo de 2019

Leyendo... Lucas capítulo 23



LECTURA DIARIA:
Lucas capítulo 23

Pilato era el gobernador romano de Judea, región donde estaba Jerusalén. Pilato comenzaba a sentirse inseguro en su puesto cuando los líderes judíos trajeron a Jesús para enjuiciarlo.
Herodes, llamado también Herodes Antipas, estaba en Jerusalén ese fin de semana para la celebración de la Pascua. (Este fue el Herodes que mató a Juan el Bautista.) Pilato pensó delegar su responsabilidad enviando a Jesús a Herodes, porque sabía que Jesús vivió y trabajó en Galilea. Sin embargo, Herodes no fue de mucha ayuda. Fue escrupuloso con Jesús y disfrutó burlándose de Él. A pesar de ello, cuando lo envió de nuevo a Pilato, fue con el veredicto de "inocente".
Desde el Getsemaní, llevaron a Jesús ante el concilio judío, el que se convocó al amanecer en la casa de Caifás. De allí fueron a la casa de Pilato, el gobernador romano; luego a la casa de Herodes, tetrarca de Galilea, que se encontraba de visita en Jerusalén, y de allí volvieron a Pilato que, desesperado, lo sentenció finalmente a muerte. Pilato quiso liberar a Jesús, pero la multitud a grandes voces demandó su muerte, de modo que Pilato lo sentenció. Si Pilato hubiera sido en realidad un hombre de valor, habría dado la libertad a Jesús sin importarle las consecuencias. Pero la multitud vociferaba y Pilato se asustó.
A Jesús lo probaron seis veces, tanto por judíos como por autoridades romanas, y nunca lo hallaron culpable de un delito digno de muerte. Aun cuando lo llevaron a los judíos para su ejecución, no pudieron culparlo de nada. Barrabás, el preso que la multitud eligió salvar, formó parte de una rebelión en contra de los gobernantes romanos. Como él, todos somos pecadores y malhechores en contra de la ley santa de Dios, sentenciados a morir. Pero Jesús muere en nuestro lugar, por nuestros pecados y nos pone en libertad.
Jesús soportó agonía. Lo abofetearon, golpearon a puñetazos y escarnecieron. Le pusieron una corona de espinas en su cabeza, lo golpearon con una caña y lo desnudaron antes de colgarlo en la cruz.
Lucas menciona el llanto de las mujeres judías mientras llevaban a Jesús por las calles para su ejecución. Les dijo que no lloraran por El, sino por ellas mismas. Sabía que solo cuarenta años después los romanos destruirían Jerusalén y el templo. La Calavera, también llamada Gólgota, era una colina que se hallaba en las afueras de Jerusalén junto a un camino principal. Los romanos llevaban a cabo ejecuciones públicas para escarmiento de la gente. Cuando los hijos de Zebedeo le preguntaron si podrían tener un lugar de honor junto a Jesús en su Reino, Él les respondió que no sabían lo que pedían.
Jesús se preparaba para inaugurar su Reino mediante la muerte, los lugares a su derecha e izquierda los ocuparon hombres que morían: malhechores. Como Jesús explicó a sus dos discípulos hambrientos de poder, una persona que quiera estar cerca de Él debe estar preparado para sufrir y morir. El camino al Reino era el camino de la cruz.
Jesús pidió a Dios que perdonara a la gente que le daba muerte: líderes judíos, políticos romanos, soldados y espectadores, y Dios contestó esa oración al abrir el camino de salvación aun para los asesinos de Jesús. El oficial romano y los soldados testigos de la crucifixión dijeron: "Verdaderamente éste era Hijo de Dios".
Los soldados romanos acostumbraban repartirse las ropas de los malhechores ejecutados. Cuando echaron suertes por las de Jesús, cumplieron la profecía del Salmo 22.18.
El ladrón a punto de morir, se volvió hacia Jesús en busca de perdón y Él lo aceptó. Esto nos muestra que nuestras obras no nos salvan, pero nuestra fe en Cristo sí. Nunca es demasiado tarde para volvernos a Él. Jesús tuvo misericordia de este malhechor que decidió creer en El.
Aunque los discípulos seguían amando a Jesús, sus esperanzas por el Reino comenzaron a desvanecerse. Muchos se apartaron. El ladrón, por el contrario, miró al hombre que agonizaba junto a Él y dijo: "Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino".
Al mediodía, la oscuridad cubrió toda la tierra cerca de tres horas. El templo tenía tres partes: los atrios, para toda la gente; el Lugar Santo, donde solo los sacerdotes podían entrar; el Lugar Santísimo donde el sumo sacerdote entraba una sola vez al año para ofrecer sacrificios por los pecados del pueblo. En el Lugar Santísimo se hallaba el arca del pacto y la presencia de Dios en él. El velo que se rasgó era lo que impedía que el Lugar Santísimo estuviera a la vista. Al morir Cristo, desapareció la barrera entre Dios y el hombre.
José de Arimatea era un miembro honorable y rico del concilio judío. También era un discípulo secreto de Jesús. Los discípulos que siguieron públicamente a Jesús huyeron, pero José de manera audaz tomó una decisión que pudo haberle costado caro, pidió el cuerpo de Jesús para darle sepultura.
La tumba era como una cueva hecha por mano de hombres, cavada en la ladera de una de las muchas colinas que se hallaban alrededor de Jerusalén. Se puso una piedra de gran tamaño para tapar la entrada (Juan 20.1).  
Las mujeres galileas siguieron a José a la tumba, de manera que sabían con exactitud dónde encontrar el cuerpo de Jesús cuando volvieran con sus especias y ungüentos una vez pasado el día de reposo. Estas mujeres permanecieron junto a la cruz cuando la mayoría de los discípulos huyeron y estuvieron listas para ungir el cuerpo de su Señor. Debido a su devoción, fueron las primeras en enterarse de la resurrección.

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