TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Al
oír esto, la mujer le dijo: Señor, ya veo que eres un profeta. Nuestros
antepasados, los samaritanos, adoraron a Dios aquí, en este monte; pero ustedes
los judíos dicen que Jerusalén es el lugar donde debemos adorarlo.
Jesús
le contestó: Créeme, mujer, que llega la hora en que ustedes adorarán al Padre
sin tener que venir a este monte ni ir a Jerusalén. Ustedes no saben a
quién adoran; pero nosotros sabemos a quién adoramos, pues la salvación viene
de los judíos. Pero llega la hora, y es ahora mismo, cuando los que de
veras adoran al Padre lo harán de un modo verdadero, conforme al Espíritu de
Dios. Pues el Padre quiere que así lo hagan los que lo adoran. Dios es
Espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo de un modo verdadero, conforme al
Espíritu de Dios”.
Juan
4. 19 – 24.
El
lugar de adoración es cada creyente, cada persona que ha recibido a Cristo en
su corazón, ha sido hecho templo del Espíritu; ya no se adora a Dios en un
monte o en un pueblo determinado, o en un lugar particular sino en nosotros,
con nuestra propia vida, nuestra voluntad, nuestro cuerpo ofrecido en
sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.
Nuestra
mente alineada a su Palabra, renovada de su vieja manera de pensar, nuestra
voluntad alineada a su voluntad, y nuestro cuerpo no al servicio de la carne y
el pecado sino al servicio de su amor.
Lo
sagrado no son las cosas, los templos o las casas, lo sagrado somos nosotros
cuando permitimos que Dios, por medio de la fe en Jesucristo, haga su morada en
nuestro corazón.
Esto
es una invitación a ser verdaderos adoradores de Dios, con nuestro espíritu
unido a su Espíritu y en la verdad de Cristo, de su Palabra de vida.
El
verdadero adorador no adora solamente en un lugar, sino que adora a Cristo con
su propia vida y expresa esta comunión cuando en armonía con otros creyentes,
adoran y obedecen a su Rey.
Dios
les bendiga abundantemente.
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