TIEMPO DE REFLEXIÓN
“Y a
unos que hablaban de que el templo estaba adornado de hermosas piedras y
ofrendas votivas, dijo: En cuanto a estas cosas que veis, días vendrán en que
no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida”.
El Templo
de Jerusalén era objeto de amor profundo y admiración para el pueblo hebreo por
su magnificencia y la belleza de las piedras preciosas que lo adornaban. Por
eso, cuando Jesús profetiza que llegará un tiempo en el que todo será
destruido, sus palabras resultan espantosas y llenan a los presentes de rechazo
y alarma.
El
pueblo judío esperaba que el Mesías viniera a proteger el Templo, no a predecir
su destrucción. Pero Jesús refuta sus expectativas, explicándoles que él ha
venido a establecer un nuevo Templo, no físico, pero duradero.
Ese
nuevo Templo es la Iglesia, y Él es la piedra angular. El resto del edificio
está construido por “piedras vivas” (1 Pedro 2. 5), vale decir, nosotros los
creyentes.
En
efecto, los cristianos somos más valiosos que las piedras preciosas que
decoraban el templo de Jerusalén, aparte de que cada uno de nosotros está
llamado a desempeñar una función o servicio importante en la Iglesia.
Y
precisamente por ser un templo vivo de Cristo, la forma en que vivamos marca
una diferencia, no sólo en nuestra vida personal, sino también en la de
nuestros hermanos. Por ejemplo, cuando tenemos paciencia con nuestros hijos,
adornamos más la belleza y la vida de toda la iglesia. Los pocos minutos de
reflexión que hagamos sobre las Escrituras diariamente no sólo profundizan
nuestra relación con Dios, sino que nos unen más a Cristo.
El
Padre siempre tiene algo más que quiere realizar en la iglesia y más gracia
para que nosotros llevemos a cabo su obra. Por eso, debemos preguntarnos: ¿Qué
cosa puedo hacer para ayudar a edificar la iglesia? Y escuchar lo que nos diga
el Espíritu Santo, aunque sea algo pequeño, el Señor se deleitará al ver que
somos humildes y obedientes.
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