viernes, 8 de marzo de 2019

Leyendo... Lucas capítulo 14



LECTURA DIARIA:
Lucas capítulo 14

En una ocasión, invitaron a Jesús a la casa de un fariseo para discutir. Esta vez, uno de los más prominentes lo invitó con el propósito específico de atraparlo en algo que dijera o hiciera para arrestarlo. Jesús no temía enfrentarlos, aun sabiendo que tenían como propósito sorprenderlo en el quebrantamiento de las leyes.

Lucas identifica la enfermedad de este hombre que Jesús sanó en día de reposo, como que sufría hidropesía. Esta enfermedad se debe a una acumulación anormal de líquido en tejidos y cavidades.
Jesús aconsejó a las personas que no se apresuraran a escoger asientos en las fiestas. Jesús enseñó dos lecciones aquí. Primera, habló a los invitados diciéndoles que no ocuparan los lugares de honor. El servicio es más importante en el Reino de Dios que el nivel social. Segunda, se dirigió al anfitrión indicándole que no fuera elitista al invitar. Dios brinda su Reino a todos.
Algunas personas procuran aparentar humildad a fin de manipular a los demás. Otros piensan que la humildad significa dejarse aplastar. Pero la gente humilde de verdad se compara solo con Cristo, reconoce su pecado, comprende sus limitaciones en habilidades, moral, logros y conocimientos. La humildad no es una autodegradación, es una afirmación realista y enfocada al servicio.
El hombre que estaba con Jesús vio la gloria del Reino de Dios, pero falló en su visión para ser parte de él. La parábola de Jesús muestra cómo a menudo rechazamos la invitación de Dios a su banquete poniendo excusas. Los negocios, el matrimonio, la riqueza u otra cosa, pueden ser la causa para resistir o postergar la respuesta a la invitación de Dios. La invitación de Dios es lo más importante, no importa qué inconveniente tengamos.
Para una fiesta, se acostumbraba enviar dos invitaciones: la primera la anunciaba, la segunda indicaba que todo estaba listo. Los invitados en la parábola de Jesús ofendieron al anfitrión al excusarse cuando se les envió la segunda invitación. En la historia de Israel, la primera invitación de Dios vino a través de Moisés y los profetas; la segunda vino mediante su Hijo. Los líderes religiosos aceptaron la primera invitación. Creyeron en los profetas, pero desecharon a Dios al no creer en su Hijo. De la manera en que el amo de la historia envió su siervo a las calles para que invitara a los necesitados a participar en el banquete, asimismo Dios envió a su Hijo al mundo de gente necesitada para anunciar que el Reino de Dios había llegado y estaba a su disposición.
La audiencia de Jesús estaba bien enterada de lo que significaba llevar la cruz. Cuando los romanos iban a ejecutar a un criminal, este tenía la obligación de llevar la cruz en que iban a colgarlo. Esto mostraba sumisión a Roma y además advertía a los observadores de que les era mejor someterse. Jesús enseñó para que las multitudes evaluaran su entusiasmo por Él. Instó a convertir lo superficial en algo profundo, de lo contrario retroceder. Seguir a Cristo significa sumisión total a Él, quizás hasta morir por Él.
Cuando un constructor no considera el costo o no hace un presupuesto en detalles de su obra, tal vez la abandone sin terminar.
Seguir a Cristo no significa una vida exenta de problemas. Con verdadero interés debemos considerar el costo de ser un discípulo de Cristo, al grado de saber a qué nos comprometimos y que más tarde no sintamos la tentación de volvernos atrás.
La sal puede perder su sabor. Cuando se humedece y luego se seca, no queda sino un residuo insípido. Muchos cristianos se mezclan con el mundo y evaden el costo de ponerse a favor de Cristo, pero Él ha dicho que si los cristianos pierden su distintivo sabor a sal, dejan de tener valor. Así como la sal da sabor y preserva los alimentos, debemos preservar lo bueno en el mundo, ayudar a que no se eche a perder y que más bien traiga un nuevo sabor a la vida.

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