LECTURA
DIARIA:
Lucas
capítulo 14
En
una ocasión, invitaron a Jesús a la casa de un fariseo para discutir. Esta vez,
uno de los más prominentes lo invitó con el propósito específico de atraparlo
en algo que dijera o hiciera para arrestarlo. Jesús no temía enfrentarlos, aun
sabiendo que tenían como propósito sorprenderlo en el quebrantamiento de las
leyes.
Lucas
identifica la enfermedad de este hombre que Jesús sanó en día de reposo, como
que sufría hidropesía. Esta enfermedad se debe a una acumulación anormal de
líquido en tejidos y cavidades.
Jesús
aconsejó a las personas que no se apresuraran a escoger asientos en las
fiestas. Jesús enseñó dos lecciones aquí. Primera, habló a los invitados
diciéndoles que no ocuparan los lugares de honor. El servicio es más importante
en el Reino de Dios que el nivel social. Segunda, se dirigió al anfitrión
indicándole que no fuera elitista al invitar. Dios brinda su Reino a todos.
Algunas
personas procuran aparentar humildad a fin de manipular a los demás. Otros piensan
que la humildad significa dejarse aplastar. Pero la gente humilde de verdad se
compara solo con Cristo, reconoce su pecado, comprende sus limitaciones en
habilidades, moral, logros y conocimientos. La humildad no es una
autodegradación, es una afirmación realista y enfocada al servicio.
El
hombre que estaba con Jesús vio la gloria del Reino de Dios, pero falló en su
visión para ser parte de él. La parábola de Jesús muestra cómo a menudo
rechazamos la invitación de Dios a su banquete poniendo excusas. Los negocios,
el matrimonio, la riqueza u otra cosa, pueden ser la causa para resistir o
postergar la respuesta a la invitación de Dios. La invitación de Dios es lo más
importante, no importa qué inconveniente tengamos.
Para
una fiesta, se acostumbraba enviar dos invitaciones: la primera la anunciaba,
la segunda indicaba que todo estaba listo. Los invitados en la parábola de
Jesús ofendieron al anfitrión al excusarse cuando se les envió la segunda
invitación. En la historia de Israel, la primera invitación de Dios vino a
través de Moisés y los profetas; la segunda vino mediante su Hijo. Los líderes
religiosos aceptaron la primera invitación. Creyeron en los profetas, pero
desecharon a Dios al no creer en su Hijo. De la manera en que el amo de la
historia envió su siervo a las calles para que invitara a los necesitados a
participar en el banquete, asimismo Dios envió a su Hijo al mundo de gente
necesitada para anunciar que el Reino de Dios había llegado y estaba a su
disposición.
La
audiencia de Jesús estaba bien enterada de lo que significaba llevar la cruz.
Cuando los romanos iban a ejecutar a un criminal, este tenía la obligación de
llevar la cruz en que iban a colgarlo. Esto mostraba sumisión a Roma y además
advertía a los observadores de que les era mejor someterse. Jesús enseñó para
que las multitudes evaluaran su entusiasmo por Él. Instó a convertir lo
superficial en algo profundo, de lo contrario retroceder. Seguir a Cristo
significa sumisión total a Él, quizás hasta morir por Él.
Cuando
un constructor no considera el costo o no hace un presupuesto en detalles de su
obra, tal vez la abandone sin terminar.
Seguir
a Cristo no significa una vida exenta de problemas. Con verdadero interés
debemos considerar el costo de ser un discípulo de Cristo, al grado de saber a
qué nos comprometimos y que más tarde no sintamos la tentación de volvernos
atrás.
La
sal puede perder su sabor. Cuando se humedece y luego se seca, no queda sino un
residuo insípido. Muchos cristianos se mezclan con el mundo y evaden el costo
de ponerse a favor de Cristo, pero Él ha dicho que si los cristianos pierden su
distintivo sabor a sal, dejan de tener valor. Así como la sal da sabor y
preserva los alimentos, debemos preservar lo bueno en el mundo, ayudar a que no
se eche a perder y que más bien traiga un nuevo sabor a la vida.
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