domingo, 24 de marzo de 2019

Leyendo... Juan capítulo 5



LECTURA DIARIA:
Juan capítulo 5

Había tres fiestas que requerían la presencia de los judíos varones en Jerusalén,  la Fiesta de la Pascua y la Fiesta de los Panes sin Levadura, la Fiesta de las Semanas (llamada también Pentecostés), y la Fiesta de los Tabernáculos.

Había un hombre enfermo de treinta y ocho años cerca del estanque de Betesda, ya este hombre se había resignado porque nadie podía ayudarle a sumergirse en las aguas. Había perdido la esperanza de sanarse y no podía hacer nada solo. Jesús lo vió y lo sanó y le dijo que tomara su lecho y se fuera.
Según los fariseos, llevar una cama en el día de reposo era trabajo, y por lo tanto era ilegal. No quebrantaba una Ley del Antiguo Testamento, sino la interpretación que los fariseos daban al mandamiento de Dios: "Acuérdate del día de reposo para santificarlo" (Éxodo 20.8).
Este hombre había sido lisiado o paralítico, pero ya podía caminar. Era un milagro sorprendente. Los líderes judíos presenciaron a la vez un poderoso milagro y una regla quebrantada. Desecharon el milagro para enfocar la atención en la regla quebrantada, porque para ellos era más importante la regla que el milagro. Si Dios detuviese todo tipo de trabajo en el día de reposo, la naturaleza caería en el caos y el pecado se apoderaría del mundo. Génesis 2.2 dice que Dios descansó el séptimo día, pero esto no puede querer decir que dejó de hacer el bien. Jesús quería enseñar que cuando se presenta la oportunidad de hacer el bien, no debe pasarse por alto, ni siquiera en el día de reposo.
Jesús se identificaba con Dios, su Padre. Los fariseos también llamaban Padre a Dios, pero se dieron cuenta de que Jesús declaraba tener con El una relación singular. Como respuesta a la declaración de Jesús, a los fariseos les quedaban dos alternativas: creerle o acusarlo de blasfemia. Escogieron la segunda.
Entre los capítulos cuatro y cinco de Juan, Jesús ministró en Galilea, sobre todo en Capernaum. Llamó a ciertos hombres para que le siguieran, pero esto no fue así hasta después de su viaje a Jerusalén (5.1) en el que eligió a sus doce discípulos entre ellos.
Al decir que los muertos oirán su voz, Jesús se refería a los espiritualmente muertos que oyen, entienden y lo aceptan. Los que aceptan a Jesús, el Verbo, tendrán vida eterna. Jesús se refería también a los que están físicamente muertos. Cuando estuvo en la tierra, resucitó a varias personas, y en su Segunda Venida todos los "muertos en Cristo" se levantarán para encontrarse con El (1Tesalonicenses 4.16).
Dios es la fuente y el Creador de la vida, pues no hay vida separados de Él, ni aquí ni en el más allá. La vida en nosotros es un don que viene de Dios. Como Jesús existe eternamente con Dios, el Creador, Él también es "la vida" por la cual podemos vivir para siempre.
Jesús declaraba que era igual a Dios (5.18), daba vida eterna (5.24), era la fuente de la vida (5.26) y juzgaba al pecado (5.27). Estas declaraciones demuestran que Jesús decía ser divino; era una afirmación casi increíble, pero la apoyaba el testimonio de otro: Juan el Bautista. Los líderes religiosos sabían lo que decía la Biblia, pero no aplicaban sus palabras a la vida. Conocían las enseñanzas de las Escrituras, pero no reconocieron al Mesías que las Escrituras señalaban. Conocían las leyes, pero no vieron al Salvador. Atrincherados en su sistema religioso, se negaron a permitir que el Hijo de Dios cambiase sus vidas.
Los líderes religiosos gozaban de prestigio en Israel, pero su sello de aprobación no tenía significado alguno para Jesús. A Él le interesaba la aprobación de Dios. Los fariseos se jactaban de ser los verdaderos seguidores de su antepasado Moisés. Intentaban guardar cada una de sus leyes al pie de la letra, incluso agregaron algunas propias. La advertencia de Jesús de que Moisés los acusaría los enfureció. Moisés escribió acerca de Jesús (Génesis 3.15; Números 21.9; Números 24.17; Deuteronomio 18.15) y aun así los líderes religiosos no quisieron creer en Jesús cuando vino.

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