UN MOMENTO PARA PENSAR EN DIOS
PASOS
HACIA LA LIBERTAD
Cada
uno de nosotros ha llegado a Cristo de un modo diferente. Pero lo cierto es que
cuando llegamos a Él, sea por la senda que sea, encontramos de inmediato lo que
necesitamos.
Comenzando por un grado de paz que hasta allí no conocíamos,
pasando por una liberación interna también desconocida, y concluyendo por una
certeza externa que nos potencia al máximo nuestras posibilidades.
Sin
embargo, no todo es tan sencillo ni tan inmediato cómo podemos suponer.
¿Cuál
es el problema, entonces? El evangelio en sí mismo, o en su esencia,
seguramente que no. Lo que nos impiden crecer son las ataduras que traemos de
nuestra vida anterior y que no hemos podido o sabido romper adecuadamente, y que
todavía nos ligan a yugos de alguna clase de esclavitud.
Gálatas
5.1 dice: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y
no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”.
Muchos
creyentes batallan con problemas que les impiden notoriamente su crecimiento
espiritual. Estas ataduras son como eslabones de una cadena que nos mantienen
firmemente unidos al pasado, en un área de debilidad.
Muchos
cristianos que luchan contra estos problemas llevan vidas de derrota, limitados
por la culpa. Tratan de cambiar su conducta por sí mismos, sólo para caer en lo
mismo más profundamente y desesperarse.
Deben
ser liberados de las cadenas que los tienen sujetos. Una gran mayoría supone,
que el simple hecho de la conversión termina con todas estas cosas. En la
conversión, nuestro espíritu se somete al Espíritu Santo, pero nuestra alma, reacciona
y pelea. Y esgrime sus propias armas, que a la hora del crecimiento, resultan
piedra de tropiezo indudables.
Una
de ellas y muy importante, la falta de perdón. Gente que ha sido
lastimada, herida, rechazada o humillada, se ha llenado de rencor y
resentimientos. Encuentra a Cristo, lo acepta como Salvador y Señor de su vida
y se predispone a vivir como DIOS quiere, y servirle lo mejor que pueda, pero
si no corta con aquello que marcó su vida, el resentimiento continúa, la falta
de perdón se manifiesta y la relación con el Señor se deteriora.
Ponemos
al perdón en su perspectiva correcta al darnos cuenta que cualquier injusticia
que sufrimos de parte de otro es pequeña comparada con nuestro propio pecado
contra Dios. En otras palabras, la “basura” que le hemos entregado a nuestro
amante Padre celestial es peor que toda la “basura” que otras personas nos han
arrojado a nosotros. Si queremos recibir el perdón de Dios debemos perdonar. Lo
que nos ayuda a perdonar a quienes nos ofenden es la gratitud hacia Dios por su
misericordia para con nosotros, y el deseo de demostrar esa gratitud
obedeciendo Su Palabra.
Para
caminar en la libertad que Cristo nos ofrece debemos, primero ser sinceros en
nuestra relación con Él. Analizarnos e identificar el área de conflicto. Pedir
al Espíritu Santo que nos muestre cualquier área de atadura a la que debamos
prestarle atención.
Confesar
y arrepentirnos delante del Señor de los pecados que el Espíritu Santo nos
muestre.
Perdonar,
por decisión propia, todo lo que veamos que es una atadura; inclusive,
perdonarnos a nosotros mismos.
Recibir
el perdón de DIOS y su sanidad. Renunciar al pecado y cerrar la puerta en
cualquier área donde el enemigo pudiera entrar.
Pidamos
al Espíritu Santo que nos ayude a romper con los patrones de conducta a los que
estamos acostumbrados. Permitamos que el Espíritu Santo vaya formando en
nosotros, cada día, la imagen de Cristo.
“Porque
vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la
libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros”. Gálatas 5.13.
Dios los bendiga abundantemente.
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