UN MOMENTO PARA PENSAR EN DIOS
LA
LUCHA DEL CREYENTE
Todo
creyente ha recibido la vida de DIOS en su espíritu. El mismo Espíritu que
habitó en Pablo también habita en un hermano débil.
Si somos del Señor, la
nueva creación que tenemos en nuestro espíritu será la misma que en los demás,
pues DIOS no hace acepción de personas.
Cuando
el hombre interior expresa la vida del Señor, pueden verse grandes diferencias,
las cuales se relacionan con la constitución natural del hombre. La mente, la
parte emotiva y la voluntad, son las facultades naturales del hombre, mientras
que el Espíritu Santo, quien mora en su interior, y su espíritu regenerado, han
venido a ser el hombre nuevo, el hombre interior.
Sin
embargo, la persona aún tiene un hombre exterior, el hombre viejo, el hombre
natural.
El
hombre exterior se relaciona con el pecado. Al hombre viejo se le puso fin en
la cruz, pero la vida de la vieja creación aún permanece. Es una batalla que
dura desde el primer día de nuestra conversión, hasta el último de nuestra
partida.
Puesto
que el hombre interior sólo puede expresarse por medio del hombre exterior, las
expresiones y manifestaciones son diferentes en distintas personas. La vida
interior se ve estorbada por el hombre exterior.
“Por tanto no desfallecemos, antes bien,
aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre
interior se renueva de día en día”. 2 Corintios 4.16 ¿Quién me librará de
este cuerpo de muerte? Decía Pablo.
Por
lo tanto, el hombre exterior debe llegar a su fin. De no ser así, siempre habrá
obstáculos que impedirán que el hombre sirva al Señor. De esta clase de personas,
estamos viendo muchas.
A
fin de que la persona salva y regenerada pueda expresar la vida del Señor,
necesita dar dos pasos. El primero es creer, que consiste en recibir la vida nueva,
y el segundo, es consagrarnos, que consiste en entregar al Señor nuestro hombre
exterior para que la vida nueva se exprese.
Es
como tener una casa rodeada por un terreno. Podemos pensar que la casa es el
hombre interior, y que el terreno que la rodea es el hombre exterior. Si la
casa pertenece a una persona, y el terreno a otra, habrá problemas.
Por
consiguiente, tan pronto como un hombre cree, debe consagrar su vida al Señor.
La
consagración consiste en entregar nuestro hombre exterior al Señor, para que le
pertenezca a Él, de la misma forma que el hombre interior.
Muchos
creyentes no se han definido todavía. Cuando se les pregunta si son salvos,
dicen que sí. Pero a pesar de que son salvos, su hombre exterior nunca ha sido
tocado. La vida interior que tienen está limitada al no poder expresarse.
Por
consiguiente, no debemos simplemente creer en el Señor y quedarnos en la etapa
de ser salvos y regenerados.
También
debemos consagrar nuestro hombre exterior al Señor. Si un hombre está dispuesto
a consagrar al Señor su mente, su parte afectiva y su voluntad, expresará la
vida del Señor.
El
problema que vemos hoy, es que aunque muchos se han consagrado, lo hacen a su
propio antojo. Se consagran sólo cuando quieren hacerlo, y cuando no quieren,
no lo hacen. La mayoría de las personas son guiadas por su intelecto y sus
emociones, y su interés fundamental es satisfacer su propia carne.
Qué
bendición sería si pudiésemos consagrarnos por completo al Señor para conocer
Su voluntad.
¡Cuán
glorioso es que un pecador, un hombre de polvo, pueda consagrarse y conocer la
voluntad de DIOS!
Esta
es la meta que todo creyente debería tener.
Dios
les bendiga abundantemente.
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