domingo, 17 de diciembre de 2017

Un momento... NUESTRA VIDA VALE MUCHO PARA DIOS



UN MOMENTO PARA PENSAR EN DIOS
NUESTRA VIDA VALE MUCHO PARA DIOS

“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” (1 de Corintios 6.20).

La mayoría de las personas cuando salen de compras enfocan su atención primeramente en los artículos que están “en liquidación”, es decir en los artículos que, por algún motivo, han sido rebajados considerablemente de su precio regular de venta.
Sobre todo en estos tiempos de problemas económicos, con el fin de ahorrar lo más posible, la gente trata de conseguir algo que pueda serles útil, que les guste y que tenga un precio económico. Sin duda a todos nos gusta comprar algún artículo a un costo menor que el “precio sugerido” por el fabricante.
DIOS nos compró, y pagó por nosotros un precio tan elevado que resulta imposible entender: La vida de su Hijo Jesucristo.
DIOS nos compró, no porque tuviésemos mucho valor ni porque pudiésemos serle de gran utilidad o beneficio, sino todo lo contrario. Cuando él lo hizo estábamos “muertos en nuestros delitos y pecados” (Efesios 2.1), estábamos “siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2.2), estábamos “haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira.” (Efesios 2.3).
La única razón por la que DIOS pagó por nuestra salvación es su infinito amor, el cual manifestó al entregar a su único Hijo con el fin de librarnos de la condenación eterna. Un amor tan grande que es imposible medirlo o siquiera definirlo. Por eso el apóstol Juan escribió: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3.16).
Con el fin de que se llevara a cabo el plan de salvación de DIOS para la humanidad alguien tenía que morir, y Jesús se entregó a sí mismo en propiciación por nuestros pecados. Es decir, Jesucristo vino a este mundo con el fin de pagar la deuda de nuestros pecados, justificarnos y reconciliarnos con DIOS.
No escatimó su propia vida a fin de redimirnos y librarnos de la condenación eterna. El precio de su sangre derramada nos revela el inmenso valor que tenemos para DIOS.
Somos un tesoro tan especial que nos rescató de la esclavitud del pecado para que tuviésemos vida, y vida en abundancia (Juan 10.10). Cuando entendemos este sacrificio y aceptamos a Jesucristo como nuestro Salvador somos hechos hijos de DIOS y herederos de sus riquezas en gloria, dice Gálatas 4.7.
Una pequeña historia cuenta que un muchacho hizo un pequeño barco de un pedazo de madera. Le puso una vela a su barquito, y un día lo llevó al río para jugar con él. De momento, una ráfaga de viento le arrebato el barquito de sus manos y este se fue navegando río abajo muy lejos de su alcance.
¡Qué tristeza tan grande envolvió a aquel niño mientras veía su querido barquito alejarse y desaparecer de su vista en un recodo del río!
Así regresó muy triste a su casa. Varios días después, mientras caminaba por la calle principal de su pueblo, vio su barquito en la vidriera de una tienda. En seguida entró al negocio, y le dijo al dueño: “Ese barco es mío. Yo lo hice.”
El propietario le contestó: “Lo siento mucho, pero yo se lo compré a alguien hace unos días, y ahora está a la venta. Si lo quieres, tienes que pagar el precio que dice la etiqueta.”
Rápidamente el muchacho regresó a su casa, vació su alcancía, y volvió corriendo a la tienda. Allí le dio el dinero al dueño y tomó su barquito. Cuando salió del negocio, le dio un beso a su barquito y dijo: “Ahora tú eres dos veces mío, porque te hice y además te compré.”
También DIOS nos hizo y después nos compró con la sangre de Jesucristo en la Cruz del Calvario.
Así que nosotros pertenecemos a él dos veces.
¿Podemos tener alguna duda de lo mucho que valemos para DIOS?
Solamente recordemos el precio que pagó por nosotros, y rechacemos todo temor y preocupación, pues el Señor estará con cada uno de nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Dios les bendiga abundantemente.

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