LECTURA
DIARIA:
Ezequiel
capítulo 21
En
este pasaje se ofrecen cinco oráculos sobre la espada.
El mensaje corto en
20.45-48 presenta los cuatro mensajes del capítulo 21 acerca de los castigos
que vendrían sobre Jerusalén:
(1)
La espada de Jehová
(2) la espada afilada
(3) la espada del rey de Babilonia (Nabucodonosor).
(2) la espada afilada
(3) la espada del rey de Babilonia (Nabucodonosor).
La
ciudad sería destruida porque había sido contaminada. De acuerdo con la ley
judía, los objetos contaminados debían ser pasados por fuego para poder
purificarlos. El castigo de Dios está designado para purificar. La destrucción
por lo general es una parte necesaria del proceso.
La
espada simboliza aquí a Nabucodonosor y Babilonia. Tanto el justo como el impío
sufrirán con la destrucción de Jerusalén; nadie escapará.
El
pronunciamiento incluye un acto simbólico para destacar la amargura y el dolor
que acompañarán al juicio
El
cántico de la espada que está afilada y pulida a fin de entregarla en mano del
matador. La espada caería sobre el pueblo y sobre todos los príncipes de
Israel.
Clama
y lamenta, y hiere, pues, tu muslo, es la orden de Dios a Ezequiel. Señales
ambas de luto que a veces acompañan el acto de profetizar. «Hiere tu muslo»,
traducido en otras versiones como «golpea tu pecho», era un gesto de duelo
Nabucodonosor,
el rey de Babilonia, debía escoger el camino a seguir en una encrucijada, y a
Ezequiel le corresponde la tarea de colocar señales que guíen sus pasos. Un
camino lleva a Rabá de los hijos de Amón y el otro a Judá.
Se
mencionan tres métodos para determinar la voluntad de los dioses de
Nabucodonosor: Sacudir las saetas (algo similar a sacar el palillo más largo de
un mazo, pero aquí los nombres de los distintos lugares se escriben en las
saetas, y una de ellas se extrae a ciegas de su estuche); consultar ídolos o
«terafín», y mirar el hígado (el examen de la configuración y marcas en el
hígado de ovejas; una práctica común en la antigua Babilonia), para ver si su
forma y tamaño indicaba alguna decisión.
Judá
y Amón estuvieron entre aquellos que conspiraron contra Babilonia. Ezequiel dio
este mensaje a los cautivos que habían escuchado las nuevas y que otra vez
estaban llenos con la esperanza de regresar a su tierra natal. Ezequiel dijo
que el rey de Babilonia haría que su ejército marchara en la región para
detener la rebelión. Al viajar desde el norte, se detendría en una bifurcación
donde un camino llevaba a Rabá, la capital de Amón y el otro a Jerusalén, la
capital de Judá. Tenía que decidir cuál ciudad destruiría. Exactamente como lo
predijo Ezequiel, el rey Nabucodonosor fue a Jerusalén y la sitió.
Ezequiel
declara que los amonitas sufrirían la misma suerte que Judá. Ello forma parte
del juicio de Dios contra los enemigos de Israel y puede constituir una
referencia directa al saqueo de Judá por los amonitas tras la caída de
Jerusalén.
Dios
juzgó a Judá, cuando Nabucodonosor fue a Jerusalén, ahora le llegaría el turno
a Amón, no por aliarse con Judá, sino por ver la destrucción de Judá con
regocijo.
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