viernes, 17 de mayo de 2019

Tiempo... Romanos 8. 32 - 39



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
  ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.  ¿Quién nos separará del amor de Cristo?  Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?  Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero.  Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.  Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” Romanos 8. 32 – 39.

Si Dios entregó a su Hijo Jesucristo como sacrificio por nuestros pecados, Él también nos entregará todas las cosas que le pidamos, esto es si andamos con Cristo.  Una de las cosas que recibiremos es la seguridad de que nunca más nuestra alma podrá ser arrebatada por el mundo, ni por las tinieblas, ni por satanás; pues Cristo, donde reposa nuestra alma es una gran fortaleza infranqueable.  
El enemigo tampoco podrá acusarnos, dado que ya hemos sido justificados mediante la sangre de Jesucristo y todos nuestros pecados han sido borrados de nuestro historial, por tal motivo no hay evidencia en la que pueda sustentarse satanás para acusarnos; tampoco podrá condenarnos, porque ya no tiene potestad sobre los hijos de Dios, esta potestad le corresponde a Jesucristo, quien murió en la cruz, resucitó al tercer día y además está sentado a la diestra de Dios, intercediendo por todos los que han rendido su vida a Él.
Ahora, estando ya en Cristo no habrá nada que nos pueda separar de Él, excepto nosotros mismos a través de nuestras acciones; pues si le damos la espalda a Cristo o nos apartamos de sus caminos, Él ya no podrá protegernos, porque estaría violando nuestra libertad.  En síntesis, no habrá tribulación, ni angustia, ni hambre, ni persecución, ni desnudez, ni peligro, ni espada que nos pueda separar de la comunión con Dios, si es que de corazón estamos viviendo para Él.  
Tampoco la muerte nos podrá separar de Cristo, antes hará que nuestra alma se libere del cuerpo y parta gozosa hacia el encuentro con Cristo.  Tampoco las circunstancias del tiempo presente ni las malas expectativas del tiempo futuro.  Ni los cielos, ni el abismo, ni ninguna otra cosa que exista dentro del universo, nos podrán separar del amor de Dios que está en Cristo Jesús.
Por causa de Cristo, somos muertos todo el tiempo; es decir, el mundo hace todo lo posible por acabarnos, por desaparecernos (como ovejas de matadero).  Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Cristo.
Para gozar de la seguridad que nos brinda Jesucristo, tenemos que abandonar el mundo de pecado, recibirle como nuestro Señor y Salvador y vivir una vida de obediencia a su Palabra, con el fin de que seamos santos y puros en su presencia y coherederos con Él en el reino de Dios.
Dios les bendiga abundantemente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario