TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Que
todos nos consideren servidores de Cristo, encargados de administrar los
misterios de Dios. Ahora bien, a los que reciben un encargo se les
exige que demuestren ser dignos de confianza. Por mi parte, muy poco
me preocupa que me juzguen ustedes o cualquier tribunal humano; es
más, ni siquiera me juzgo a mí mismo.
Porque aunque la conciencia no
me remuerde, no por eso quedo absuelto; el que me juzga es el
Señor. Por lo tanto, no juzguen nada antes de tiempo; esperen
hasta que venga el Señor. Él sacará a la luz lo que está oculto en la
oscuridad y pondrá al descubierto las intenciones de cada corazón.
Entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza que le corresponda”. 1 de
Corintios 4. 1 – 5
El
ser considerado siervo, no significa posición, título o a ninguna vanagloria,
pues toda ostentación de títulos proviene de una mente que no ha sido renovada
por el poder de Dios, mientras que aquellos que no buscan los suyo entienden el
encargo que se les ha encomendado como servidores que administran y no que
poseen, los misterios que han sido revelados en Cristo por el Espíritu a los
que creen.
Si
se nos ha encargado algo, así sea algo que parece insignificante a los ojos de
los demás, debemos demostrar ser dignos de confianza, que llevemos a cabo con diligencia
y de manera oportuna y confiable lo que se nos ha pedido, para que podamos ser
llamados siervos fieles.
Pablo
ha encontrado la libertad que da el Espíritu pues ha sido liberado del
prejuicio del hombre carnal, lejos del prejuicio ya no hay más inquietudes por
el que dirán, o lo que pensaran los demás de nosotros.
Aunque
la consciencia no nos remuerda, eso no nos dice que estemos libres de cometer
errores o equivocaciones, antes nuestra consciencia debe estar siempre activa
para llevarnos al arrepentimiento y darnos a conocer los motivos en profundidad
de porque hemos hecho, pensado o dicho algo en particular, pero cuando
permitimos que Dios nos escudriñe y que su juicio y disciplina dobleguen la
naturaleza carnal que hay en nosotros entonces dejamos de lado los prejuicios y
permitimos que sea el Señor quien juzgue.
Nuestros
pensamientos y palabras deben estar acordes a los designios de Dios.
Juzgar
es fácil porque tan solo debemos dejar fluir la naturaleza carnal que siempre
está dispuesta a ello, pero cuando dejamos el juicio, la venganza en manos de
Dios, lo oculto siempre saldrá a la luz, las intenciones serán reveladas aunque
estén ocultas en lo profundo de nuestro ser, de allí que esperemos confiados
siempre el juicio de Dios sobre cualquier tema, pensamiento, acción o palabra
para dar gloria a Dios y recibir de Él lo que corresponde a cada uno.
Dios
les bendiga abundantemente.
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