LECTURA
DIARIA:
Romanos
capítulo 3
Pablo
afirma todos somos culpables ante Dios. Nadie está exento del juicio de Dios
por el pecado.
Cada persona debe aceptar que es pecadora y por lo tanto
culpable ante Dios. Solo así puede comprenderse y aceptarse ese regalo
maravilloso de Dios que es la salvación.
Todos,
gentiles paganos, gente humanitaria o religiosa, estamos condenados por
nuestras acciones. La Ley, que el Señor dio para mostrar el camino a la vida,
saca a la luz nuestras obras malignas.
La
Ley nos condena, esto es cierto, pero la Ley no es la base de nuestra
esperanza. Dios mismo lo es. El en su justicia y amor maravilloso nos brinda
vida eterna. Recibimos salvación no a través de la Ley, sino mediante la fe en
Jesucristo. No podemos ganarla, pero debemos aceptarla como un regalo de
nuestro amoroso Padre celestial.
La
nación judía recibió muchos beneficios. Pero debido a estos, los judíos
tuvieron siempre una mayor responsabilidad en cuanto al cumplimiento de los
requisitos de Dios.
Es
cierto que la gracia de Dios es inmensa, pero Dios no puede pasar por alto el
pecado. Los pecadores, sin importar las excusas que expongan, tendrán que
responder ante Dios por sus pecados.
Pablo
hace referencia al Salmo 14.1-3. "No hay justo" significa "nadie
es inocente". Cada persona es valiosa ante los ojos de Dios porque Él nos
ha creado a su imagen y nos ama, pero no hay un solo justo (o sea, no hay
persona que se haya ganado el estar a bien con Dios). A pesar de ser valiosos,
hemos caído en pecado. Pero Dios, a través de Jesús su Hijo, nos ha redimido y
nos ofrece perdón si nos volvemos a Él en fe.
La
Biblia nos dice que el mundo permanece bajo el juicio de Dios poderoso.
En
los versículos del 20 al 30 vemos dos propósitos en la Ley de Dios. Primero,
nos muestra dónde pecamos. La ley nos enseña que somos pecadores desvalidos y
debemos acudir a Jesucristo en busca de misericordia. Segundo, el código moral
revelado en la ley nos puede guiar en nuestra forma de vivir sosteniendo ante
nosotros las normas morales de Dios. No ganamos la salvación cumpliendo la Ley
(nadie, excepto Cristo, cumplió o pudo cumplir la Ley a la perfección), sino
que agradamos a Dios cuando nuestras vidas se someten a su voluntad revelada.
Después
de estas malas nuevas sobre nuestra pecaminosidad y la condenación de Dios,
Pablo nos da buenas nuevas. Hay una manera de declararnos inocentes: Cristo nos
limpia de pecados si confiamos en El. Confiar significa tener la seguridad de
que Cristo perdona nuestros pecados, nos hace justos delante de Dios y nos da
el poder para vivir como Él quiere que lo hagamos. Esta es la solución de Dios
y está al alcance de todos a pesar de nuestros antecedentes o conducta pasada.
Algunos
pecados parecen ser mucho más grandes que otros porque sus consecuencias son
mayores. El homicidio, por ejemplo, nos parece que es peor que el odio, y el
adulterio al parecer es peor que la lujuria. Pero esto no significa que nos
merecemos la vida eterna porque nuestros pecados son de menor envergadura.
Cualquier pecado nos convierte en pecadores y nos aparta de nuestro Dios santo.
Cualquier pecado, por lo tanto, conduce a la muerte (porque nos incapacita para
vivir con Dios) por grande o pequeño que el pecado parezca.
Justificados
significa declarados no culpables. Cuando en la corte el juez declara inocente
al acusado, se eliminan todos los cargos del acta. Legalmente, es como si la
persona jamás hubiera sido acusada. Cuando Dios perdona nuestros pecados,
limpia nuestros antecedentes penales.
Redención
se refiere a que Cristo libra a los pecadores de la esclavitud del pecado. En
los tiempos del Antiguo Testamento, a una persona con deudas podían venderla
como esclava. Luego el pariente más cercano podía redimirla comprando su
libertad. Cristo compró nuestra libertad. El precio fue su vida.
Cristo
es nuestro sacrificio expiatorio. El murió en nuestro lugar por nuestros
pecados. El enojo de Dios con los pecadores es legítimo. Se rebelaron contra
El, se apartaron de su poder regenerador. Pero Dios declara que la muerte de
Cristo es el sacrificio designado y apropiado para nuestros pecados. Cristo,
pues, ocupó nuestro lugar, pagó la pena de muerte por nuestros pecados y
satisfizo a plenitud las demandas de Dios. Su sacrificio otorga perdón,
remisión y libertad.
Las
buenas obras son importantes, pero no compran la vida eterna. Somos salvos solo
por confiar en lo que Dios ha hecho por nosotros.
Cuando
entendemos el camino de salvación mediante la fe, comprendemos mejor por qué
Dios escogió a Abraham, por qué dio la Ley Mosaica, por qué fue paciente con
Israel durante siglos. La fe no desecha el Antiguo Testamento. Más bien, hace
más comprensible el trato de Dios con los judíos.
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