LECTURA DIARIA:
Romanos capítulo 2
Pablo
afirmaba enfáticamente que nadie es suficientemente bueno para salvarse a sí
mismo.
No importa si somos homicidas, irrespetuosos, ni si somos ciudadanos
honestos, trabajadores, excelentes, debemos depender por completo de la gracia
de Dios. Pablo no discute si algunos pecados son peores que otros. Cualquier
pecado es suficiente para llevarnos a depender de Cristo en cuanto a la
salvación y la vida eterna. No hay otro camino, aparte de Cristo, por medio del
cual uno puede ser salvo del pecado y sus consecuencias, y todos hemos pecado
reiteradamente.
En
su bondad, Dios retarda su juicio para darle tiempo a la gente para que se
arrepienta. A pesar de que por lo general no recibimos el castigo inmediato por
cada pecado, el juicio final de Dios es cierto. No sabemos con exactitud cuándo
ocurrirá, pero sabemos que nadie escapará del encuentro final con el Creador.
Pablo dice que los que con paciencia y perseverancia hacen la voluntad de Dios
tendrán vida eterna. No contradice su declaración anterior de que la salvación
es solo por fe. Las buenas obras no nos salvan, pero cuando entregamos nuestra
vida por completo a Dios, queremos agradarle y hacer su voluntad. Por lo tanto,
nuestras buenas obras son una demostración de agradecimiento por lo que Dios ha
hecho, no un prerrequisito para obtener su gracia.
La
gente se condena no por lo que desconoce, sino por lo que hace con lo que sabe.
Quienes conocen la Palabra escrita de Dios y su Ley serán juzgados por ellas.
Quienes nunca han visto una Biblia saben diferenciar entre lo bueno y lo malo,
y se les juzgará por no haber tomado en cuenta ni siquiera las normas que su
conciencia les dictaba.
Sabemos
lo que es bueno, pero insistimos en hacer lo malo.
Pablo
continúa desarrollando su argumento en el sentido de que todos somos culpables
delante de Dios. Después de describir el fin de los incrédulos, los gentiles
paganos, se ocupa de los religiosos privilegiados. A pesar del conocimiento que
tienen de la voluntad de Dios, también tienen culpa por no vivir lo que creen.
Pablo
indica a los judíos que necesitaban auto juzgarse por la Ley y no juzgar a
otros. Conocían muy bien la Ley y sabían cómo justificar sus acciones mientras
criticaban a los demás. Pero la Ley es más que la "letra". Es una
pauta para vivir de acuerdo a la voluntad de Dios y también es una advertencia
de que no podemos vivir rectamente sin mantener una relación con Dios.
Pablo
expresa que es mucho más fácil decir a otros cómo comportarse que vivir como es
debido. Es más fácil decir las palabras buenas que permitirles que echen raíces
en nosotros.
La
palabra circuncisión se refiere a la señal del pacto de Dios con su pueblo. Se
requería que todos los varones judíos se sometieran a este rito. Para Pablo,
ser judío (circuncidado) no significaba nada si la persona no obedecía las
leyes de Dios. Por otro lado, los gentiles (incircuncisos) podían recibir el
amor y la aprobación de Dios si guardaban sus mandamientos.
Pablo
pasa a explicarnos que el verdadero no es la persona circuncidada (un judío
"exteriormente"), sino aquel cuyo corazón es recto delante de Dios y
le obedece (un judío "en lo interior").
Ser
judío significaba formar parte de la familia de Dios y heredar todas sus
promesas. Sin embargo, Pablo aclara que la membresía en la familia de Dios se
basa en cualidades internas, no externas. Todos los que tengan corazones rectos
son judíos en verdad, o sea, miembros de la familia de Dios. Así como la
circuncisión no era suficiente para los judíos, tampoco lo es asistir a la
iglesia, ser bautizado, confirmado o aceptado como miembro. Dios busca nuestra
sincera entrega y obediencia.
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