LECTURA
DIARIA:
Romanos
capítulo 13
No
debemos permitir que los gobernantes nos obliguen a desobedecer a Dios. Jesús y
sus apóstoles nunca desobedecieron a las autoridades por razones personales;
cuando lo hicieron fue por ser leales a Dios.
Su desobediencia les costó caro:
los amenazaron, los golpearon, los pusieron en prisión, los torturaron y los
ejecutaron por sus convicciones.
Los
cristianos estamos de acuerdo en que debemos vivir en paz con el estado,
siempre y cuando este nos permita obrar de acuerdo a nuestras convicciones
religiosas. Algunos cristianos creen que el estado es demasiado corrupto y que
por lo tanto deben relacionarse con él lo menos posible. Aunque deben ser
buenos ciudadanos mientras puedan sin comprometer sus creencias, los cristianos
no deben trabajar para el gobierno, ni votar en las elecciones, ni servir en el
ejército.
Otros
creen que Dios ha dado al estado autoridad en ciertos asuntos y a la iglesia en
otros. Los cristianos pueden ser leales a ambos y pueden trabajar para
cualquiera de los dos. Sin embargo, no deben confundirlos a los dos. La iglesia
y el estado tienen intereses en esferas totalmente diferentes, la espiritual y
la física, que se complementan pero no actúan juntas.
Otros
creyentes piensan que los cristianos tienen la responsabilidad de lograr que el
estado mejore. Lo pueden hacer desde el campo político, eligiendo cristianos u
otros líderes con altos principios. También lo pueden hacer en lo moral,
sirviendo de influencia positiva en la sociedad.
Ninguno
de estos puntos de vista defiende la rebelión ni rechaza la obediencia a las
leyes o regulaciones establecidas por las autoridades, a menos que estas
demanden con claridad que se violen normas morales reveladas por Dios.
Debemos
actuar como ciudadanos y cristianos responsables.
Cuando
las autoridades civiles son injustas, las personas honestas temen. Estamos
permanentemente en deuda con Cristo por su amor sin límites derramado a nuestro
favor. La única forma en que podemos empezar a pagar la deuda es amando a
otros. Ya que el amor de Cristo siempre será infinitamente superior al nuestro,
tenemos la obligación de amar a nuestro prójimo.
A
veces tenemos la idea de que amarse uno mismo es malo. Pero si este fuera el
caso, sería vano amar al prójimo como a nosotros mismos.
Amar
a otros como a nosotros mismos significa participar activamente en que las
necesidades de otros se suplan.
Los
cristianos deben someterse a la ley del amor, que reemplaza a las leyes
religiosas y civiles. Cuando el amor lo demande, debemos estar dispuestos a ir
aún más allá de los requisitos legales e imitar al Dios de amor.
Pablo
se refiere a la noche como al tiempo presente de maldad. El día alude al
regreso de Cristo.
Pablo
incluye contiendas y envidias en la lista en que están los pecados de
glotonería, borrachera y lascivia. Pablo considera que las actitudes son tan
importantes como las acciones. Así como el odio lleva al asesinato, el celo
conduce a la contienda y la lascivia al adulterio.
Cuando
Cristo vuelva, quiere hallar a su pueblo limpio por dentro y por fuera.
Nos
vestimos del Señor Jesucristo cuando nos identificamos con El mediante el
bautismo (Gálatas 3.27). Esto demuestra nuestra solidaridad con otros
cristianos y con la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo. Y cuando
demostramos las cualidades que Jesús reveló mientras estuvo en la tierra: amor,
humildad, verdad, servicio.
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