TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Así que, hermanos, cuando fui a
vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de
palabras o de sabiduría.
Pues me propuse no saber entre vosotros cosa
alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros
con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi
predicación fué con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con
demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la
sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Sin embargo, hablamos sabiduría entre
los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo,
ni de los príncipes de este siglo, que perecen”. 1 de Corintios 2.
1 – 6.
El
desarrollo intelectual griego fue un elemento importante en la preparación del
camino para el evangelio, pero no logró regenerar al mundo, lo que demostró que
para esto hacía falta un poder sobrehumano, por esta razón Pablo y de igual
manera nosotros debemos aprender cada día a confiar en Su poder y no en
nuestras habilidades o conocimientos, pues la obra no crece por nosotros sino
por El.
Pablo
nos da la clave para poder manifestar el poder de Dios, la negación de sí mismo
por lo tanto se propuso anunciar el evangelio lejos de sus posibilidades y
consagrar su mente y corazón para dar a conocer a Cristo y la cruz.
Cuando
Pablo menciona su debilidad hace grande la gracia por la cual fue llamado y
redimido en Cristo, reconocer esta verdad es humillarse y someterse a Dios
reconociendo su inmenso amor inmerecido. Su temor y temblor eran debidos a la
seriedad y compromiso por su misión.
Hablar
de manera persuasiva es muy eficaz para atraer a las personas, pero no para
transformarlas, pues esta última solo depende del poder de Dios en el Espíritu.
Ni sus palabras en privado, ni su predicación en público fueron persuasivas en
métodos humanos como la retórica o la filosofía, sino por la operación,
demostración y manifestación del Espíritu de Dios en él, afectando los
corazones y las vidas de sus oyentes de manera permanente.
Es
decir, para que no deba su origen ni su continuación “a la sabiduría de
hombres”.
Sin
embargo, la predicación del evangelio, lejos de ser contraria a la verdadera
“sabiduría” es una sabiduría infinitamente superior a la de los sabios del
mundo. La sabiduría que se menciona allí no consiste en la doctrina sino en los
principios y misterios espirituales profundos que son comprendidos y aplicados
por los que han madurado en su fe, sólo aquellos que se han perfeccionado en la
experiencia y el conocimiento cristianos, pueden comprender la verdadera
sabiduría. Los que han sido perfeccionados en Cristo son distintos no solamente
de los hombres mundanos y carnales, sino también de los niños en
Cristo, que si bien están “en Cristo,” retienen mucho de lo “carnal,” y no
pueden por tanto entender las verdades profundas de la Escritura.
Dios
les bendiga abundantemente.
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