LECTURA
DIARIA:
Romanos
capítulo 7
Pablo
muestra que la Ley no puede salvar al pecador (7.7-44), ni al legalista
(7.15-22) y ni siquiera al hombre con una nueva naturaleza (7.23-25).
El
pecador es condenado por la Ley; el legalista no puede guardarla; y la persona
con nueva naturaleza descubre que su antigua naturaleza se interpone. Una vez
más Pablo declara que la salvación no se recibe obedeciendo la Ley. No importa
quiénes seamos, solo Jesús puede darnos libertad.
Pablo
toma el matrimonio para ilustrar nuestra relación con la Ley. Cuando un esposo
muere, la ley del matrimonio queda sin vigencia. Debido a que hemos muerto con
Cristo, la Ley ya no puede condenarnos. Resucitamos también cuando Cristo
resucitó y, como nuevas criaturas, pertenecemos a Él. Su Espíritu nos capacita
para producir buenos frutos para Dios.
Cuando
una persona muere a la vieja vida y pasa a ser de Cristo, nace a una nueva
vida. La mentalidad del incrédulo se centra en la autocomplacencia. Su fuente
de poder es su autodeterminación. Por contraste, Dios es el centro de la vida
del cristiano. El suple el poder que necesita el cristiano para el diario
vivir. Los creyentes descubren que su manera de ver al mundo cambia cuando
aceptan a Cristo.
Algunas
personas tratan de ganar su camino a Dios cumpliendo con ciertas normas
(obedecer los Diez Mandamientos, asistir fielmente a la iglesia o hacer buenas
obras). Gracias al sacrificio de Cristo, el camino hacia Dios ya está abierto y
podemos ser hijos suyos si depositamos nuestra fe en El. Ya no tratamos de
llegar a Dios cumpliendo normas, sino que somos cada vez más semejantes a
Cristo al vivir con El día tras día.
Cumplir
las reglas, leyes y costumbres cristianas no nos salvan. Aun si pudiéramos
mantener nuestras acciones puras, seguiríamos condenados porque nuestros
corazones son perversos y rebeldes.
Donde
no hay ley, no hay pecado, porque la gente desconoce que sus acciones son
pecaminosas a menos que la ley las prohíba. La Ley de Dios logra que la gente
descubra que es pecadora y que está condenada a morir, pero no ofrece ayuda.
La
Ley engaña la gente por usarla mal. La Ley era santa, y expresaba la naturaleza
y voluntad de Dios. Eva se encontró con la serpiente en el huerto del Edén
(Génesis 3), la serpiente se burló de ella, logrando que apartara su vista de
la libertad que Dios le dio y la pusiera en la restricción que le había puesto.
Desde entonces somos rebeldes. El pecado nos atrae precisamente porque Dios nos
dice que es malo. Si nos concentramos en su gran amor por nosotros, comprenderemos
que nos restringe en acciones y actitudes que al final causan daño.
Cuando
Pablo dice: "Yo soy carnal, vendido
al pecado" quizás sea una referencia a la vieja naturaleza que busca
rebelarse e independizarse de Dios. Si como cristiano trato de luchar contra el
pecado con mis fuerzas, me deslizo hacia las garras del pecado.
Pablo
menciona tres lecciones que aprendió al enfrentar sus antiguos deseos
pecaminosos. (1) El conocimiento no es la respuesta (7.9). Pablo se sentía bien
mientras no entendía lo que la Ley demandaba. Cuando aprendió la verdad, supo
que estaba condenado. (2) La autodeterminación (luchar con nuestras fuerzas) no
da resultado. Pablo descubrió que pecaba en formas que ni aun le eran
atractivas. (3) Con ser cristiano no se logra desarraigar todos los pecados en
la vida de creyente.
Nacer
de nuevo requiere un momento de fe, pero llegar a ser como Cristo es un proceso
de toda la vida. Pablo compara el crecimiento cristiano a una buena carrera o
pelea.
Pablo
viene enfatizando desde el comienzo de su carta a los Romanos, nadie en el
mundo es inocente, nadie merece ser salvo, ni el pagano que desconoce las leyes
de Dios, ni el cristiano ni el judío que sí las conoce y procura guardarlas.
Todos debemos depender por completo de la obra de Cristo en cuanto a nuestra
salvación. No la podemos ganar con buena conducta. Describe la experiencia de
cualquier cristiano que lucha contra el pecado o trata de agradar a Dios
guardando reglas y leyes sin la ayuda del Espíritu Santo. Nunca debemos subestimar
el poder del pecado. Nunca debemos intentar luchar con nuestras fuerzas.
Satanás es un tentador astuto y nosotros tenemos una gran capacidad de excusa.
En lugar de enfrentar el pecado con el poder humano, debemos apropiarnos del
poder enorme de Cristo que está a nuestra disposición. Esta es la provisión de
Dios para vencer el pecado. Él envía al Espíritu Santo para vivir en nosotros y
darnos poder. Y cuando caemos, amorosamente nos ayuda a levantarnos.
"El
diablo me obligó a hacerlo". "Yo no lo hice, fue el pecado que está
en mí". Parece una buena excusa, pero tenemos que dar cuenta de nuestras
acciones. Nunca debemos mencionar el poder del pecado ni a satanás como excusa,
porque son enemigos vencidos. Sin la ayuda de Cristo, el pecado es más fuerte que
nosotros y algunas veces somos incapaces de defendernos de sus ataques.
Jesucristo, quien venció el pecado de una vez y por todas, ha prometido pelear
a nuestro lado.
La
"ley en mis miembros" es el pecado oculto que tenemos dentro. Esta es
nuestra vulnerabilidad; se trata de cualquier cosa en nosotros que es más leal
a nuestra antigua vida egocéntrica que a Dios. Pablo siempre que se sentía
perdido, se remontaba a los inicios de su vida espiritual y recordaba que
Jesucristo ya lo había liberado.
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