LECTURA
DIARIA:
Romanos
capítulo 8
Sin
Jesús no tendríamos esperanza alguna. ¡Pero gracias a Dios! Nos declaró
inocentes y nos concedió libertad del pecado para hacer su voluntad.
El
Espíritu de vida es el Espíritu Santo. Estuvo presente en la creación del mundo
(Génesis 1.2) y es el que produce el renacimiento de todo cristiano. El
Espíritu Santo nos da el poder que necesitamos para vivir la vida cristiana.
Pablo
divide a la gente en dos categorías: los que son de la carne y los que son del
Espíritu Santo. Todos estaríamos en la primera categoría si Jesús no nos
hubiera ofrecido una vía de escape. Una vez que aceptamos a Jesús, le seguimos
porque su senda nos brinda vida y paz.
Cuando
el Espíritu Santo obra en nosotros, creemos que Jesús es el Hijo de Dios y que
la vida eterna se obtiene a través de Él (1Juan 5.5); empezamos a actuar bajo
la dirección de Cristo; encontramos ayuda en los problemas cotidianos y en la
oración; podemos servir a Dios y hacer su voluntad; y somos parte del plan de
Dios para la edificación de su Iglesia.
El
Espíritu Santo es promesa de Dios o garantía de vida eterna para quienes creen
en El. El Espíritu está ahora en nosotros por fe y por fe estamos seguros de
que viviremos con Cristo por la eternidad.
Pablo
toma la adopción para ilustrar la nueva relación del creyente con Dios. En la
cultura romana, la persona adoptada perdía todos sus derechos en su familia
anterior y ganaba los derechos de un hijo legítimo en su nueva familia. Se
convertía en heredero de las posesiones de su nuevo padre. Asimismo, cuando uno
acepta a Cristo, gana todos los privilegios y responsabilidades de un hijo en
la familia de Dios. Uno de estos privilegios notables es recibir la dirección
del Espíritu Santo. Su presencia en nosotros nos recuerda quiénes somos, y nos
anima con su amor divino. Ya no somos esclavos. Ahora somos hijos del Amo.
Identificarse
con Jesús tiene un precio. Junto con las grandes riquezas que menciona, Pablo
habla de los sufrimientos que los cristianos enfrentarán. Para los creyentes
del primer siglo hubo consecuencias sociales y económicas, y muchos enfrentaron
persecución y muerte. Nosotros también debemos pagar un precio por seguir a
Jesús. Nada que suframos, sin embargo, podrá compararse al gran precio que
Jesús pagó por nosotros para salvarnos.
El
pecado causó la caída de la creación del estado perfecto en que Dios lo creó
todo. El mundo está sujeto a frustración y deterioro a fin de que no cumpla con
su propósito original. Un día la creación será liberada y transformada.
Mientras llega ese día, espera con impaciente expectativa la resurrección de
los hijos de Dios.
Los
cristianos ven al mundo tal como es: decadente en lo físico e infectado por el
pecado en lo espiritual. Sin embargo, los cristianos no debemos ser pesimistas,
porque tenemos la esperanza de un futuro glorioso. Miramos hacia los nuevos
cielos y tierra que Dios prometió y esperamos el nuevo orden que librará al
mundo de pecado, enfermedades y maldad. Mientras tanto, salimos con Cristo al
mundo a sanar cuerpos y almas enfermas y luchar contra los efectos malignos del
pecado.
Resucitaremos
con cuerpos glorificados semejante al que Cristo posee ahora en el cielo.
Tenemos
las "primicias", el adelanto del Espíritu Santo como garantía de
nuestra vida resucitada.
Es
natural que los hijos confíen en sus padres a pesar de que estos algunas veces
fallan al cumplir con sus promesas. Nuestro Padre celestial, sin embargo, nunca
promete algo que después no cumpla. No obstante, su plan puede demorar más de
lo que esperábamos. En lugar de actuar como niños impacientes mientras
esperamos que se revele la voluntad de Dios, debiéramos confiar en la bondad y
sabiduría del Señor.
En
Romanos, Pablo presenta la idea de que la salvación es pasado, presente y
futuro. Es pasado porque fuimos salvos en el momento en que creímos en
Jesucristo como Señor y Salvador; nuestra vida nueva (vida eterna) comenzó en
ese momento. Es presente porque nos estamos salvando; o sea, estamos en proceso
de santificación. Pero al mismo tiempo no recibimos por completo los beneficios
y bendiciones de la salvación que recibiremos cuando el reino de Cristo se
establezca definitivamente. Esa será nuestra salvación futura. Aunque estamos
seguros de nuestra salvación, seguimos mirando con esperanza y confianza hacia
aquel cambio completo de cuerpo y personalidad que nos espera más allá de esta
vida, cuando seamos como Él es.
Dios
hace posible que "todas las cosas", no solo incidentes aislados, redunden
en nuestro bien. Esto no significa que todo lo que nos pasa es bueno. Lo malo
sigue prevaleciendo en nuestro mundo caído, pero Dios es capaz de cambiar todas
las circunstancias a nuestro favor.
La
meta suprema de Dios en cuanto a nosotros es hacernos semejantes a Cristo.
El
propósito de Dios en cuanto al hombre no fue producto de un pensamiento tardío,
sino que se determinó antes de la fundación del mundo. La humanidad se creó
para servir y glorificar a Dios.
Cristo,
nos guiará y nos protegerá hasta el día en que lleguemos a su presencia. Pablo
dice que Jesús ruega a Dios por nosotros en el cielo. Dios nos absolvió y quitó
nuestro pecado y culpa; es satanás, no Dios, el que nos acusa. Cuando esto
sucede, Jesús es el abogado que está a la diestra de Dios para defendernos.
Este
pasaje reafirma el amor profundo de Dios por su pueblo. Pablo exclama que es
imposible que algo nos separe de Cristo. Su muerte a nuestro favor es prueba de
su amor inquebrantable. Nada impedirá su presencia constante con nosotros. Dios
nos dice cuán grande es su amor para que nos sintamos bien seguros en El.
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