viernes, 17 de mayo de 2019

Leyendo... Romanos capítulo 8



LECTURA DIARIA:
Romanos capítulo 8

Sin Jesús no tendríamos esperanza alguna. ¡Pero gracias a Dios! Nos declaró inocentes y nos concedió libertad del pecado para hacer su voluntad.

El Espíritu de vida es el Espíritu Santo. Estuvo presente en la creación del mundo (Génesis 1.2) y es el que produce el renacimiento de todo cristiano. El Espíritu Santo nos da el poder que necesitamos para vivir la vida cristiana.
Pablo divide a la gente en dos categorías: los que son de la carne y los que son del Espíritu Santo. Todos estaríamos en la primera categoría si Jesús no nos hubiera ofrecido una vía de escape. Una vez que aceptamos a Jesús, le seguimos porque su senda nos brinda vida y paz.
Cuando el Espíritu Santo obra en nosotros, creemos que Jesús es el Hijo de Dios y que la vida eterna se obtiene a través de Él (1Juan 5.5); empezamos a actuar bajo la dirección de Cristo; encontramos ayuda en los problemas cotidianos y en la oración; podemos servir a Dios y hacer su voluntad; y somos parte del plan de Dios para la edificación de su Iglesia.
El Espíritu Santo es promesa de Dios o garantía de vida eterna para quienes creen en El. El Espíritu está ahora en nosotros por fe y por fe estamos seguros de que viviremos con Cristo por la eternidad.
Pablo toma la adopción para ilustrar la nueva relación del creyente con Dios. En la cultura romana, la persona adoptada perdía todos sus derechos en su familia anterior y ganaba los derechos de un hijo legítimo en su nueva familia. Se convertía en heredero de las posesiones de su nuevo padre. Asimismo, cuando uno acepta a Cristo, gana todos los privilegios y responsabilidades de un hijo en la familia de Dios. Uno de estos privilegios notables es recibir la dirección del Espíritu Santo. Su presencia en nosotros nos recuerda quiénes somos, y nos anima con su amor divino. Ya no somos esclavos. Ahora somos hijos del Amo.
Identificarse con Jesús tiene un precio. Junto con las grandes riquezas que menciona, Pablo habla de los sufrimientos que los cristianos enfrentarán. Para los creyentes del primer siglo hubo consecuencias sociales y económicas, y muchos enfrentaron persecución y muerte. Nosotros también debemos pagar un precio por seguir a Jesús. Nada que suframos, sin embargo, podrá compararse al gran precio que Jesús pagó por nosotros para salvarnos.
El pecado causó la caída de la creación del estado perfecto en que Dios lo creó todo. El mundo está sujeto a frustración y deterioro a fin de que no cumpla con su propósito original. Un día la creación será liberada y transformada. Mientras llega ese día, espera con impaciente expectativa la resurrección de los hijos de Dios.
Los cristianos ven al mundo tal como es: decadente en lo físico e infectado por el pecado en lo espiritual. Sin embargo, los cristianos no debemos ser pesimistas, porque tenemos la esperanza de un futuro glorioso. Miramos hacia los nuevos cielos y tierra que Dios prometió y esperamos el nuevo orden que librará al mundo de pecado, enfermedades y maldad. Mientras tanto, salimos con Cristo al mundo a sanar cuerpos y almas enfermas y luchar contra los efectos malignos del pecado.
Resucitaremos con cuerpos glorificados semejante al que Cristo posee ahora en el cielo.
Tenemos las "primicias", el adelanto del Espíritu Santo como garantía de nuestra vida resucitada.
Es natural que los hijos confíen en sus padres a pesar de que estos algunas veces fallan al cumplir con sus promesas. Nuestro Padre celestial, sin embargo, nunca promete algo que después no cumpla. No obstante, su plan puede demorar más de lo que esperábamos. En lugar de actuar como niños impacientes mientras esperamos que se revele la voluntad de Dios, debiéramos confiar en la bondad y sabiduría del Señor.
En Romanos, Pablo presenta la idea de que la salvación es pasado, presente y futuro. Es pasado porque fuimos salvos en el momento en que creímos en Jesucristo como Señor y Salvador; nuestra vida nueva (vida eterna) comenzó en ese momento. Es presente porque nos estamos salvando; o sea, estamos en proceso de santificación. Pero al mismo tiempo no recibimos por completo los beneficios y bendiciones de la salvación que recibiremos cuando el reino de Cristo se establezca definitivamente. Esa será nuestra salvación futura. Aunque estamos seguros de nuestra salvación, seguimos mirando con esperanza y confianza hacia aquel cambio completo de cuerpo y personalidad que nos espera más allá de esta vida, cuando seamos como Él es.
Dios hace posible que "todas las cosas", no solo incidentes aislados, redunden en nuestro bien. Esto no significa que todo lo que nos pasa es bueno. Lo malo sigue prevaleciendo en nuestro mundo caído, pero Dios es capaz de cambiar todas las circunstancias a nuestro favor.
La meta suprema de Dios en cuanto a nosotros es hacernos semejantes a Cristo.
El propósito de Dios en cuanto al hombre no fue producto de un pensamiento tardío, sino que se determinó antes de la fundación del mundo. La humanidad se creó para servir y glorificar a Dios.
Cristo, nos guiará y nos protegerá hasta el día en que lleguemos a su presencia. Pablo dice que Jesús ruega a Dios por nosotros en el cielo. Dios nos absolvió y quitó nuestro pecado y culpa; es satanás, no Dios, el que nos acusa. Cuando esto sucede, Jesús es el abogado que está a la diestra de Dios para defendernos.
Este pasaje reafirma el amor profundo de Dios por su pueblo. Pablo exclama que es imposible que algo nos separe de Cristo. Su muerte a nuestro favor es prueba de su amor inquebrantable. Nada impedirá su presencia constante con nosotros. Dios nos dice cuán grande es su amor para que nos sintamos bien seguros en El.

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