LECTURA
DIARIA:
Jeremías
capítulo 8
Sacarán
los huesos de un sepulcro era un acto de sacrilegio y desgracia para todos
aquellos cuyos huesos son profanados.
La
amenaza de que las tumbas del pueb
lo de Judá se abrirían era horrible para un
pueblo que honraba en gran manera a la muerte y creía que abrir tumbas era una
gravísima profanación. Este sería un sarcástico castigo para los idólatras: sus
cuerpos yacerían bajo el sol, la luna y las estrellas, los dioses que creían
podían ayudarlos.
Israel
es completamente indiferente a la Palabra de Dios. Las aves conocen e
interpretan el destino divino, pero el pueblo de Dios no.
A medida
que Dios observaba la nación, veía que la gente vivía una vida de pecado que
ella misma eligió, engañándose de que no habría consecuencias. Perdieron la
perspectiva respecto a la voluntad de Dios para sus vidas e intentaban
minimizar su pecado.
No
habiendo comprendido la ley de Jehová escrita, los sabios rechazaban ahora la
palabra de Jehová que se escuchaba por boca de los profetas.
Judá
era como una vid o una higuera estéril, que no daba uvas o higos, y estaba
destinada a la destrucción. Sus hijos huyeron a refugiarse en las ciudades
fortificadas, pero no estaban a salvo.
El
profeta se lamenta por su pueblo, algunos de cuyos hijos estaban en el exilio, en
tierra lejana. La gente estaba perpleja; Jehová estaba en Sion, pero ellos
habían sido derrotados.
Jeremías
implora a Dios que salve a su pueblo.
¡Pasó
la siega, se acabó el verano, pero nosotros no hemos sido salvos!
Estas
palabras ofrecen una ilustración vívida de la impresión de Jeremías cuando vio
a su pueblo rechazar a Dios.
A
pesar de que la enfermedad espiritual del pueblo seguía siendo muy profunda,
podía curarse. Sin embargo, el pueblo rechazó la medicina. Dios podía sanar las
heridas que se ocasionaron, pero Él no los obligaría a recibir sanidad.
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