martes, 1 de octubre de 2019

Tiempo... Apocalipsis 2. 4



TIEMPO DE REFLEXIÓN

“Pero tengo una cosa contra ti: que ya no tienes el mismo amor que al principio”.   Apocalipsis 2. 4


En nuestro tiempo, tan frío e indiferente a los temas espirituales, tan escéptico, la iglesia se ve cuestionada y desafiada por ideologías, y muchos temas éticos y morales controvertidos y discutibles. Todo lo que afecta a la sociedad también lo podemos observar dentro de la iglesia; no nos podemos sustraer, ni ignorar, los cambios que temas, considerados como verdades bíblicas inamovibles, poco a poco aparecen como temas relativos, circunstanciales, muy desdibujados y alejados de su origen.
Los miembros de la iglesia de Éfeso, en sus comienzos, habían experimentado una devoción intensa y un entusiasta desbordante por la persona de Cristo. Esa era la característica de la primera iglesia. Pero, imperceptiblemente, suavemente, se fueron apartando, no de sus doctrinas, sino de su ferviente e intenso amor a Jesucristo. Como consecuencia, su entusiasmo por evangelizar, con ese ímpetu, fervor y testimonio personal fue decayendo.
Hay muchos seguidores de Jesucristo, creyentes profundos y consecuentes con su fe, que han llegado a tener esa relación personal muy cerca con el Señor Jesucristo. A través de todos los siglos ha habido personas que se han entregado en cuerpo y alma a la misión evangelizadora. Misioneros, en inhóspitos rincones remotos, han considerado las penalidades y privaciones de comodidades y bienestar como un privilegio, un servicio al Reino de Dios.
La pregunta sería: ¿cuál es nuestra relación con Jesucristo? No es tan importante qué hacemos o decimos, lo que es, o qué reglas espirituales, éticas o morales seguimos.
Si no amamos al Señor Jesucristo, entonces no conocemos la verdadera paz de espíritu, ni la profunda y gozosa realidad de tener una relación personal con el Creador, con el dueño de todo el Universo, con Aquel que nos ha amado, ama y amará, a pesar de quien seamos, como seamos, lo que hayamos hecho, o dejado de hacer.
Una íntima relación personal con Jesucristo nos habilitará y le ayudará para que todas nuestras relaciones, y servicio cristiano se conviertan en puro. Todo cambia en una vida que decide acercarse a Dios y acepta en su corazón el poderoso y tierno amor de Jesucristo. Conocer a Jesucristo es amarle, y cuánto más le conocemos y estrechamos nuestra relación y dependencia con el Señor, cuánto más le amaremos.
Y ese amor, que nace y crece en un alma agradecida, por haber recibido el perdón de todos sus pecados, transforma la vida; la hace brillar, y los que le rodean verán un gran cambio, a causa de los efectos de ese amor por Jesucristo, Su Señor y Salvador.
Dios les bendiga abundantemente.

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