martes, 1 de octubre de 2019

Leyendo... Apocalipsis capítulo 2. El mensaje a Éfeso



LECTURA DIARIA:
Apocalipsis capítulo 2. El mensaje a Éfeso

En el primer capítulo, el profeta bosquejó el tema de las siete iglesias y su ministerio, representadas las primeras por los siete candeleros y el último por las siete estrellas.
Ahora considera a cada iglesia en particular, y escribe el mensaje que le está destinado, dirigiendo en cada caso la epístola al ángel de la iglesia, o sea su ministerio.
En las observaciones referentes a Apocalipsis 1.4, se han presentado algunas de las razones por las cuales los mensajes dirigidos a las siete iglesias deben considerarse como proféticos y aplicables a siete períodos distintos que abarcan la era cristiana. 
Según la interpretación, este símbolo abarcaría el primer período de la iglesia, o sea el apostólico. La definición de la palabra «Éfeso» es «deseable,» palabra que describe fielmente el carácter y la condición de la iglesia durante su primera etapa. Los cristianos primitivos habían recibido la doctrina de Cristo en toda su pureza. Disfrutaban los beneficios de los dones del Espíritu Santo. Se distinguían por sus obras, labores y paciencia. Fieles a los principios puros enseñados por Cristo, no podían soportar a los que obraban mal, y probaban a los falsos apóstoles, descubrían cuál era su verdadero carácter y los hallaban mentirosos.
El ángel de una iglesia debe representar un mensajero o ministro de aquella iglesia. Como cada iglesia abarca cierto plazo, el ángel de cada iglesia debe representar al ministerio, o sea a todos los verdaderos ministros de Cristo durante el período abarcado por esa iglesia. Por el hecho de que los diferentes mensajes iban dirigidos a los ministros, no deben entenderse como aplicables a ellos solos, sino que se dirigen apropiadamente a la iglesia por su intermedio.
Una causa de queja «Tengo contra ti–dice Cristo–que has dejado tu primer amor.» El abandono del primer amor es tan merecedor de una amonestación como el apartarse de una doctrina fundamental bíblica. No se acusa aquí a la iglesia de haber caído de la gracia, ni de haber dejado que se extinguiese su amor, sino de que éste disminuyó. No hay celo ni sufrimiento que pueda expiar la falta del primer amor.
El amor, como la fe, se manifiesta por las obras; y el primer amor, cuando se alcance, producirá siempre sus correspondientes obras.
La amonestación,  el quitar el candelero significa que se privará a la iglesia de la luz y las ventajas del Evangelio para confiarlas a otras manos, a menos que ella desempeñe mejor las responsabilidades de su cometido. Significa que Cristo rechaza a sus miembros como representantes suyos que han de llevar la luz de su verdad y Evangelio ante el mundo. Esta amenaza se aplica tanto a los miembros individuales como a la iglesia en conjunto. No sabemos cuántos de los que profesaban el cristianismo durante ese período fueron deficientes y rechazados, pero indudablemente fueron muchos. Así fueron siguiendo las cosas, permaneciendo algunos firmes, apostatando otros, y dejando de transmitir luz al mundo; pero nuevos conversos llenaban mientras tanto las vacantes dejadas por la muerte y la apostasía, hasta que la iglesia alcanzó en su experiencia una nueva era, señalada por otro período de su historia, y abarcada por otro mensaje.
Los nicolaítas eran personas cuyas acciones y doctrinas eran abominación para el cielo. Su origen es en cierto modo dudoso. Algunos dicen que provenían de Nicolás de Antioquía, uno de los siete diáconos; otros aseguran que le atribuían a él el origen de sus doctrinas para tener el prestigio de su nombre, mientras que una tercera opinión es que la secta recibió su nombre de cierto Nicolás de fecha ulterior. La última teoría es probablemente la más correcta. En cuanto a sus doctrinas y prácticas, parecería que preconizaban la comunidad de esposas, consideraban con indiferencia el adulterio y la fornicación, y permitían que se comiesen cosas ofrecidas a los ídolos.
La invitación a prestar atención «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.» Esta es una manera solemne de atraer la atención a lo que es de importancia general.
Cristo, cuando estuvo en la tierra, empleó la misma forma de hablar al llamar la atención de la gente a las más importantes de sus enseñanzas.
Al vencedor se le promete que comerá del árbol de la vida que crece en medio del paraíso, o huerto de Dios.
Parece que en ese Paraíso está el árbol de la vida. La Biblia presenta un solo árbol de la vida. Lo menciona seis veces; tres en Génesis, y otras tres en el Apocalipsis; pero cada vez el nombre va acompañado del artículo definido «el.» Es el árbol de la vida en el primer libro de la Biblia, el árbol de la vida en el último; el árbol de la vida en el «Paraíso» (término usado por «huerto» en la traducción griega de Génesis), en el Edén en el principio, el árbol de la vida en el Paraíso celestial del cual habla ahora Juan. Si hay solamente un árbol, y estaba al principio en la tierra, se puede preguntar cómo es que ahora está en el cielo. La respuesta es que debe haber sido llevado al Paraíso celestial. La única manera en que un mismo cuerpo antes situado en un lugar pueda situarse en otro, consiste en que se lo transporte allí. Hay buenas razonas para creer que el árbol de la vida y el Paraíso fueron trasladados de la tierra al cielo.
Al vencedor se le promete, pues, una restauración que incluirá más de lo que Adán perdió. Esta promesa se dirige no solamente a los vencedores de aquel período de la iglesia, sino a todos los vencedores de todas las épocas, porque las grandes recompensas del cielo no tienen restricciones.
El plazo de la iglesia El plazo abarcado por la primera iglesia puede considerarse como el transcurrido desde la resurrección de Cristo hasta el final del primer siglo, o hasta la muerte del último de los apóstoles.

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