TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Escribe también al ángel de la iglesia de
Laodicea: “Esto dice el Amén, el testigo fiel y verdadero, el origen de todo lo
que Dios creó: Yo sé todo lo que haces.
Sé que no eres frío ni caliente.
¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero como eres tibio, y no frío ni
caliente, te vomitaré de mi boca”. Apocalipsis 3. 14 – 16
Al
ver el panorama de las iglesias cristianas en la actualidad, tristemente
tenemos que reconocer que muchas de ellas se han apartado de la fe sencilla y
valiente, muchas veces para evitar problemas o cuestionamientos de la sociedad
que nos rodea.
Muchas
iglesias no quieren, o quizá, incluso, no pueden salir abiertamente en apoyo a
la Palabra de Dios, y de las grandes doctrinas de la fe cristiana.
Pretenden
e intentan llevar un aparente “equilibrio” "en el centro", es decir,
sin llegar a ser demasiado liberal, pero tampoco demasiado fundamental.
Nuestra
sociedad, tan democrática, respetuosa con la individualidad y el derecho de
toda persona, sin embargo, se siente confrontada, desafiada y hasta humillada,
por un cristiano que se atreve a creer y a compartir su fe en Jesucristo.
Esta
palabra de advertencia del Señor nos debe, a los creyentes, sacudir
profundamente para hacernos un auto-examen personal. Las serias palabras de
evaluación de Jesucristo nos afectan a los que decimos que creemos en Él. ¿Cómo
nos verá Jesucristo? ¿Tendremos que oír las terribles palabras de Su labios: Te
vomitaré de mi boca?
En
sus inicios, con la Reforma, el protestantismo asumió la posición de creer en
todas las grandes doctrinas de la fe cristiana. Los credos, de todas las ramas
históricas, fueron profundos y muy elocuentes. Fueron hermosos escritos, pero
¿quién realmente vive de acuerdo con estos credos? ¿Quién les cree en el
presente?
Tienen
apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella. Tienen un nombre de que
están vivos, pero están muertos en realidad. No son ni fríos ni calientes. Son
tibios.
La
pobreza espiritual llega a una vida, a una iglesia, cuando ésta deja la Palabra
de Dios a un lado, cuando la obra salvadora de Jesucristo no se proclama o se
ignora, no se ejerce la fe, y tampoco puede mostrar ninguna obra buena.
Esa
tibieza que demostraba la iglesia de Laodicea estaba además caracterizada por
el orgullo, la ignorancia, la autosuficiencia y la complacencia. Pero lo más
grave era su ceguera en cuanto a su verdadera condición.
Este
es un cuadro triste y terrible el que Jesucristo encuentra al contemplar esta
iglesia.
Dios
les bendiga abundantemente.
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