TIEMPO DE REFLEXIÓN
“El que estaba sentado en el
trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas.” Y también dijo: “Escribe, porque
estas palabras son verdaderas y dignas de confianza.”
Después me dijo:
«Ya está hecho. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al que tenga
sed le daré a beber del manantial del agua de la vida, sin que le cueste
nada. El que salga vencedor recibirá todo esto como herencia; y yo seré su
Dios y él será mi hijo”. Apocalipsis 21.
5 – 7.
El apóstol Juan oyó las
solemnes palabras: "Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el
fin."
Alfa es la primera letra del
alfabeto griego y Omega la última. Dios es el principio y el fin. Y la palabra
griega original para "principio" no significa simplemente el
"primero en el tiempo", sino el "origen" de todas las
cosas. Y la palabra "fin" no significa sólo un final, es decir en
cuanto a la dimensión del tiempo, sino que es la "meta". Juan está
diciendo que toda la vida comienza y termina en y con Dios.
Con tal descripción Juan
intenta aproximarnos a un Dios infinito, que nos puede parecer tan alejado, tan
distante del ser humano, porque para Él, no seríamos más que infinitas,
diminutas e insignificantes motas de polvo.
Sin embargo, Juan añade en
el versículo 6: "Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente
del agua de la vida."
Toda la inmensidad de Dios
se ha acercado al ser humano hasta el punto de suplir sus necesidades más
básicas, como el agua. Además, Dios utiliza su grandeza para satisfacer la
mayor sed posible: la sed de un corazón anhelante de respuestas, anhelante de
amor y esperanza para el hombre y la mujer de hoy.
Juan continuó escribiendo lo
que le fue dictado:" El que venciere heredará todas las cosas." Estas
bienaventuranzas no son para todos los seres humanos, para todo el mundo, sino
sólo para los que se mantienen fieles aunque todo se confabula para que
abandonen su lealtad a Jesucristo. Y a estos creyentes Dios les regala la mayor
de Sus promesas: "Yo seré su Dios y él será mi hijo." Esta frase
encierra un pensamiento muy profundo. Esta promesa de Dios a aquellos que
terminen victoriosos las batallas de la fe, es la misma promesa que hizo a
Abraham.
En el evangelio de Juan,
capítulo 1, versículo 12, leemos: "Mas a todos los que le recibieron, a
los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios."
Y serán éstos los que heredarán todas las cosas, promesa dada a los hijos de
Dios.
Dios les bendiga
abundantemente.
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