TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Pero tengo una cosa contra ti: que ya no tienes el mismo
amor que al principio”. Apocalipsis 2.
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En nuestro
tiempo, tan frío e indiferente a los temas espirituales, tan escéptico, la
iglesia se ve cuestionada y desafiada por ideologías, y muchos temas éticos y
morales controvertidos y discutibles. Todo lo que afecta a la sociedad también
lo podemos observar dentro de la iglesia; no nos podemos sustraer, ni ignorar,
los cambios que temas, considerados como verdades bíblicas inamovibles, poco a
poco aparecen como temas relativos, circunstanciales, muy desdibujados y
alejados de su origen.
Los
miembros de la iglesia de Éfeso, en sus comienzos, habían experimentado una
devoción intensa y un entusiasta desbordante por la persona de Cristo. Esa era
la característica de la primera iglesia. Pero, imperceptiblemente, suavemente,
se fueron apartando, no de sus doctrinas, sino de su ferviente e intenso amor a
Jesucristo. Como consecuencia, su entusiasmo por evangelizar, con ese ímpetu,
fervor y testimonio personal fue decayendo.
Hay
muchos seguidores de Jesucristo, creyentes profundos y consecuentes con su fe,
que han llegado a tener esa relación personal muy cerca con el Señor
Jesucristo. A través de todos los siglos ha habido personas que se han
entregado en cuerpo y alma a la misión evangelizadora. Misioneros, en
inhóspitos rincones remotos, han considerado las penalidades y privaciones de
comodidades y bienestar como un privilegio, un servicio al Reino de Dios.
La
pregunta sería: ¿cuál es nuestra relación con Jesucristo? No es tan importante
qué hacemos o decimos, lo que es, o qué reglas espirituales, éticas o morales
seguimos.
Si
no amamos al Señor Jesucristo, entonces no conocemos la verdadera paz de espíritu,
ni la profunda y gozosa realidad de tener una relación personal con el Creador,
con el dueño de todo el Universo, con Aquel que nos ha amado, ama y amará, a
pesar de quien seamos, como seamos, lo que hayamos hecho, o dejado de hacer.
Una
íntima relación personal con Jesucristo nos habilitará y le ayudará para que
todas nuestras relaciones, y servicio cristiano se conviertan en puro. Todo
cambia en una vida que decide acercarse a Dios y acepta en su corazón el
poderoso y tierno amor de Jesucristo. Conocer a Jesucristo es amarle, y cuánto
más le conocemos y estrechamos nuestra relación y dependencia con el Señor,
cuánto más le amaremos.
Y
ese amor, que nace y crece en un alma agradecida, por haber recibido el perdón
de todos sus pecados, transforma la vida; la hace brillar, y los que le rodean
verán un gran cambio, a causa de los efectos de ese amor por Jesucristo, Su
Señor y Salvador.
Dios
les bendiga abundantemente.
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