UN MOMENTO PARA PENSAR EN DIOS
NUESTRAS
PALABRAS PUEDEN DAÑAR MÁS QUE UN GOLPE
Todo
el que mire los noticieros, o que observe el mundo a su alrededor, debe quedar
asombrado ante la falta de cortesía que se ha impuesto en todas partes.
La
vemos en las noticias y en los presentadores de noticias. La vemos en las
interacciones cotidianas entre personas de toda condición. Hay un tono
estridente, una dureza en la mayoría, si no en todos los intercambios en que
hay una diferencia de opinión. Sea en la sala del Congreso, en las cámaras del
Parlamento o en las calles de la ciudad.
El
espíritu de contienda parece imperar en todas partes.
La
imputación de motivos, las ofensas verbales y los insultos parecen estar a la
orden del día. Muchos noticieros y programas periodísticos cultivan esta
modalidad grosera en su presentación o cobertura de las noticias. Alzar la voz,
interrumpir al otro, no dejar hablar al que tiene la palabra: todo esto es el
formato usual que se emplea en muchos "noticieros" de la televisión.
Tenemos que imaginarnos que alguna encuesta de las redes de televisión ha
revelado que los televidentes piden este tipo de presentación
estridente.
No
es sorpresivo que esta actitud haya llegado a las calles. Leemos de casos
frecuentes de conductores furiosos que pierden los estribos por cualquier
incidente pequeño y terminan en riñas e incluso disparos. En el lugar de
trabajo los casos de violencia suelen comenzar con palabras ásperas entre
colegas o entre un empleado y el supervisor o gerente. Hasta en la cola de los
supermercados hay altercados. En todos lados se viven momentos tensos y difíciles.
Lo
que decimos y cómo lo decimos tienen un efecto, sea positivo o negativo, en los
demás.
La
Biblia dice sobre este tema: "Hay hombres cuyas palabras son como golpes
de espada; más la lengua de los sabios es medicina" (Proverbios 12.18)
Efectivamente,
las palabras pueden causar heridas profundas, por lo cual debemos emplearlas
con cuidado.
Una
frase mal intencionada o un comentario burlón pueden ser dolorosos y causar un
daño irreparable a una relación.
El
libro de los Proverbios trae más instrucciones sobre este tema importante:
"La blanda respuesta quita la ira; más la palabra áspera hace subir el
furor" (Proverbios 15.1)
Si
no queremos despertar enojo y rencor en los demás, consideremos atentamente el
tono y la inflexión de nuestra voz. À menudo, lo que genera roces y disgustos
no es lo que decimos, sino cómo lo decimos.
Al
hablar con nuestro esposo/a, nuestros hijos, nuestros colegas y los que nos
atienden en un comercio, o simplemente aquellos que se cruzan en la calle con
nosotros; debemos tener en cuenta el impacto de nuestras palabras. ¿Edificamos
a los demás, o los rebajamos?
Parafraseando
la "regla de oro" dada por Jesucristo en Lucas 6.31: "Como
queréis que hablen los hombres con vosotros, así también hablad vosotros con
ellos".
En
la infancia, usted probablemente oyó el refrán: "Las palabras no rompen
cabezas". Quizá no rompan cabezas, pero sí hieren el corazón. El uso que
hagamos de ellas tendrá repercusiones en nuestra vida y en la vida de los
demás.
De
nuevo, el libro de los Proverbios nos da una correcta perspectiva con esta
reflexión: "Panal de miel son los dichos suaves; suavidad al alma y
medicina para los huesos" (Proverbios
16.24)
¿Qué
elegiremos nosotros: palabras amargas y malévolas, o "suavidad al alma y
medicina para los huesos"?
Dios
les bendiga abundantemente.
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